Aprender a dar consuelo
Cuando alguien pasa por un trance complejo, lo último que quiere escuchar son las voces que le piden que lo ignore, que le reste importancia o que hay cosas peores. Lo que necesita es comprensión, no que minimicen su sufrimiento.
Menos palabras y más hechos
La mayoría pasamos alguna vez por una pérdida importante,una noticia dolorosa, una enfermedad de difícil manejo o alguna situación que nos afecta severamente. Lo que esperamos de los demás en esos momentos no son frases trilladas, sino actitudes que nos permitan sentir su comprensión y apoyo.
Está muy equivocado quien trata de restarle importancia a la situación, pensando que así ayuda al otro a alivianar su carga. Esta actitud, hasta cierto punto, tiene un componente más bien agresivo. Busca disminuir o eliminar los sentimientos legítimos del otro. Lo peor es que generalmente apuntan a deshacer el dolor de la otra persona, para poder preservar la tranquilidad propia.
Una persona afligida, la mayoría de las veces solo quiere que la escuchen. Sin juzgarla y con plena atención. El acto de escucha por sí solo, es la mejor manera de consolar a quien sufre. Saber que alguien está dispuesto a acoger ese sufrimiento sin cuestionarlo, en verdad aligera el dolor.
Otras personas simplemente no quieren hablar de lo que les sucede y lo que buscan es que los demás respeten su silencio. En esos casos, evitar referirse al tema que es motivo de aflicción es una manera de comprender y de acompañar. Seguro, no va a ser interpretado como un gesto indolente, sino todo lo contrario.
Ser sensible al otro
No existen fórmulas hechas para consolar a una persona que sufre. Cada quien tiene un modo particular de asumir el dolor y, a la vez, esa misma persona no experimenta el sufrimiento de la misma manera frente a todas las circunstancias de la vida.
La única condición para consolar eficazmente a otra persona es tener la disposición genuina de querer hacerlo.
Consolar es básicamente ofrecer compañía afectuosa, respeto y apoyo. Para brindar todo eso lo importante es demostrar, con gestos y actitudes, que estás ahí. Que su dolor no te espanta y que estás dispuesto a aceptarlo. Que tu decisión es permanecer ahí, mientras dura la tormenta.
Nunca sobra preguntarle explícitamente a la otra persona si hay alguna forma específica en la que puedas ayudarle. A veces hay necesidades que no son tan evidentes. O quizás le restamos importancia a algunas acciones que pueden ser determinantes para quien está directamente involucrado en una situación difícil.
Por otro lado, no es lo mismo consolar a un adulto que a un niño. En los menores, la acción de consolar puede ser más sencilla “porque basta tocarlo, es un trabajo más corporal” dice la psicoterapeuta Irmtraud Tarr; entonces se sincronizan ambos cerebros.
Finalmente, lo más importante, en todo caso, es que abras tu corazón a los sentimientos y necesidades de la otra persona. Es de por sí un gran consuelo saber que alguien tiene la mejor voluntad para entendernos. Consolar es un arte y todo arte requiere sensibilidad y empeño.
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