Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la
felicidad no depende de la suerte, ni de los bienes materiales, ni esta
supeditada a nuestro poder adquisitivo. Depende únicamente de nuestro interior,
que es en definitiva el que determina el significado que damos a cada acto o
situación. Según nuestra manera de ser y del grado de conocimiento que tengamos
sobre la realidad y trascendencia de nuestro ser, daremos un determinado sentido
a las cosas y en vez de hacer de la vida un valle de lagrimas, podemos hacer que
sea un lugar maravilloso donde vivir todo tipo de experiencias, necesarias para
nuestro crecimiento personal y espiritual.