Por lo general, una crisis existencial se desata por un acontecimiento externo de carácter doloroso lo suficientemente grave como para afectarnos profundamente. En ese momento el humano que se enfrenta al derrumbe -total o parcial- de sus seguridades tiende a retraerse, a aislarse en sí mismo: necesita replantearse su lugar en el mundo. Una crisis de este tipo es la mejor oportunidad de la vida para conocerse, valorarse, aceptarse y expresarse. Siempre que se la encare de modo consciente y con voluntad de cambio.
Hay que estar dispuesto a reconsiderar los valores que regían nuestra vida, tener el coraje de desechar lo que nos daña o no nos sirve, bucear en nuestro interior para conocernos en profundidad, aceptarnos tal cual somos pero valorando nuestras posibilidades, y expresarnos sin temor: yo quiero tales y cuales cosas, y no quiero tales otras. Como todo cambio profundo, no es algo que se haga rápidamente, sino que constituye un proceso; proceso que se divide en las cuatro etapas siguientes.
ETAPA 1: Conocerse
La mayoría de las veces no es grato confrontarse con uno mismo y admitir debilidades, o aun mezquindades, pero es imprescindible si uno quiere vivir de acuerdo con su verdadera esencia.
La primera condición es darse cuenta de que, no sólo no somos perfectos, sino que cargamos con un cúmulo de imperfecciones sobre nuestras espaldas. Somos el resultado de la genética y de la educación que hemos recibido desde niños, pero lo que hagamos a partir de allí sí es nuestra responsabilidad.
Conocerse es necesario, porque, si no sabemos quiénes somos, ¿cómo vamos a encontrarle sentido a la vida y a cambiar lo que necesite ser modificado?
ETAPA 2: Valorarse
Cuando uno se enfrenta consigo mismo, lo fundamental es amarse y aceptarse: “Me amo; sin que importe si soy muy bueno o muy malo. Me acepto: soy así”. Eso no implica no juntar fuerzas y trabajar por el cambio.
Asumir un trabajo interior es conocerse, pero, al mismo tiempo, no juzgarse ni juzgar a los otros que influyeron o conformaron nuestra manera de vivir. Supone, simplemente, tomar nota y, a partir de allí, emprender acciones para modificar lo que haga falta.
ETAPA 3: Aceptarse
Me miro al espejo ¿y ahora qué? Lo fundamental es reconocerse y apreciar esa característica que nos permitirá aliviar el camino del perfeccionamiento.
Así como no hay que juzgarse al ver el reflejo en el espejo, tampoco hay que decir “peor o mejor” a la hora de valorarse. “Soy así y así me planto frente al mundo”.
Soy todo esto y con ello voy a contribuir a estar mejor y a que mi mundo esté mejor. No soy el genio que cambiará el curso de las cosas, pero soy la persona que hará la diferencia, porque puedo ayudar a alguien a levantarse, porque soy capaz de dar, porque soy capaz de transformarme a mí mismo.
No soy peor ni mejor que otros, soy esa persona única e irrepetible que hoy está viva, aquí y ahora.
ETAPA 4: Expresarse
Sé cómo soy. Me acepto sin juzgarme. Me comprometo a trabajar por mi perfeccionamiento, ¿pero cómo? Cada quien descubre cuál es su manera de expresar amor: poner flores en la habitación del hijo rebelde, escribir una proclama en un blog, afiliarse a un partido político, ser solidario con su comunidad, ser bueno con sus seres más cercanos, hacer bien su trabajo, estudiar, crear…
Lo importante es estar atento y no traicionarse, a la vez que ser conscientes de que nada es definitivo, que todo puede corregirse, que es bueno que así sea, y que: “Siempre hay otra oportunidad”, para todos y sin excepciones.
Finalmente, todo logro y todo bienestar surgen de nuestro crecimiento interior. Toda sanación se da en la mente. Todo lo que experimentamos en nuestras vidas y en nuestros cuerpos es la reflexión de una mente sana o una mente errónea. La plena sanación normalmente viene de forma progresiva; de ahí que se necesite de un ambiente de atención continua. Varias veces al día, o cuando usted desee, no deje de repetirse a sí mismo: “¡TÚ VALES! ¡TÚ PUEDES! ¡TÚ MERECES!”.