Un neoyorkino y un amigo, colombiano él, paseaban por el bullicioso sector de Times Square, en el centro de Manhattan, hacia medio día. En medio del infernal ruido producido simultáneamente por bocinas, sirenas, altoparlantes, música a todo volumen, el trepidar del tren subterráneo y miles de personas hablando al mismo tiempo, el colombiano dijo:
-Estoy oyendo un grillo.
-¿Qué? ¡Debes estar loco!, replicó su amigo. -¡No es posible que puedas escuchar un grillo en medio de todo este ruido!.
Sin decir nada, el colombiano caminó hacia un tarro de flores que había en la acera y, tras una ligera búsqueda, extrajo de allí un pequeño grillo. El amigo, sorprendido, dijo:
-Esto es extraordinario, debes tener los oídos de Superman.
-No, respondió el otro, -mis oídos son iguales a los tuyos. Todo depende de lo que a uno le interese escuchar.
Para demostrar lo que decía, sacó de su bolsillo varias monedas y discretamente las dejó caer al piso. El sonido producido por las monedas al tocar el suelo provocó que varios de los transeúntes voltearan la cara, curiosos por saber a quién se le había caído el dinero.
-¿Ves lo que te digo?, -insistió el colombiano, -el sonido del dinero lo escucharon todos, pero el del grillo no. Todo depende de qué es importante para ti.
Y para ti, amable lector o lectora, ¿qué es importante?, ¿qué quieres escuchar? Alguna gente dice que no puede oír a Dios porque Él nunca nos habla. Pero quizás ellos no lo pueden ver o escuchar porque ese no es el sonido que quieren oír. Pueden escuchar la moneda que cae al piso, pero son incapaces de captar el chirrido del grillo. Dios es esa musiquita que queremos acallar dentro de nuestro ser, pero estamos tan preocupados por el escándalo del medio que no la escuchamos.
Ahora bien, hay un adagio que reza ” La vida puede durar tres días y ya han pasado dos”.
El tiempo pasa tan deprisa a nuestro alrededor que tan sólo nos damos oportunidad de sobrevivir, somos esclavos de la rutina y pasamos cada uno de nuestros días sumergidos en un mar de problemas y de situaciones triviales que pocos momentos libres nos dejan.
Ahora, con motivo de la Navidad, he dedicado algunos instantes a recordar cuándo fue la última vez que estando en alguna reunión, o simplemente conversando con alguien, haya escuchado algún comentario que dijera algo tan simple, como, “ayer vi un hermoso atardecer”, o bien, ” vi a un grupo de aves volar”, y aún no puedo recordarlo; piénsalo bien y estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que este tipo de comentarios ya no se escuchan fácilmente.
No faltará quien piense, en estos momentos, que esos son comentarios superficiales y de gente que no tiene nada sobre que hablar; que es mucho mejor discutir de temas de actualidad, como los son las crisis económicas en el mundo o la falta de solidaridad que vive la sociedad; si bien es cierto que estos son temas de interés para todos, ya que los vivimos todo el día, todos los días, también es cierto que en el mundo existen muchas cosas más que valen la pena apreciar pero que, por decisión propia o de la misma sociedad, nos hemos abstraído de ellas.
Vivimos en un mundo en el cual es más importante saber a cuánto cerró la bolsa hoy, o bien, enterarnos sobre todos los detalles de la farándula o el deporte, que saber cómo amanecieron nuestros seres queridos, sobre todo los ausentes.
Con esto, quiero decir que hemos puesto a las personas en un segundo plano, que nos hemos vuelto frívolos y egoístas, que sólo nos importa lo que está en “nuestro” mundo y, entonces, cualquier situación, persona o cosa que no pertenezca a ese “mundo”, poco o nada nos importa.
Nos hemos olvidado de que somos las personas las que movemos el mundo y no al revés; hemos olvidado el vivir, para pasar tan sólo a sobrevivir en un mundo regido por el caos y la complejidad. Cuantificamos nuestro tiempo en dinero y, por eso, a mucha genta le importa más pasar algunas horas extras en su trabajo, para ganar una mejor posición en la empresa y sentir que así puede ganar el mundo, pero nunca percatarse de que, al hacer eso, está perdiendo cosas tan grandes, como la infancia de sus hijos, la oportunidad de disfrutar de sus padres o de visitar a sus familiares y a sus amistades. Lo más irónico de esto es, que estas cosas que alimentan y engrandecen al ser humano son gratis y tan sólo nos cuestan un poco de nuestro tiempo. Estoy convencido que nacimos para vivir y no para solamente sobrevivir.
Mira a tu alrededor y, ante tanta grandeza, responde ¿Piensas seguir sobreviviendo?
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