La felicidad es para los valientes.
Para los que salen en su busca y están predispuestos a encontrarla en cualquier parte. Para los que saben lo que tienen que hacer y se arman de coraje para hacerlo, aunque no les guste. Para los que no miden el coste de sus decisiones, sino las ganancias. Para los que creen que el corazón realmente habla de vez en cuando y no siempre pueden ignorarlo.
No son felices y no lo serán nunca los que no arriesgan, los que viven cómodamente durante demasiado tiempo.Tampoco quienes dan al miedo el poder de dirigir sus vidas. Ni los que jamás se embarcan en un viaje sin saber a ciencia cierta cuál será el destino.
Todos tenemos miedo alguna vez cada día. Lo que sucede es que algunos lo utilizan como excusa inmovilizante y otros para impulsarse. Están los que, ante una situación de peligro, corren y los que buscan cómo encararla. Los primeros se librarán fácil y rápido de lo que les perturba, pero cada vez que se tropiecen con una situación parecida tendrán que repetir la misma operación. Es decir, se pasarán corriendo toda su vida. Y nadie es libre si no puede elegir hacia dónde correr o cuándo reanudar la marcha.
No quiero decir que sea fácil. La felicidad es para los que asumen que no se trata de un estado perpetuo sino de un cúmulo de buenos momentos, y como tal, se aficionan a coleccionarlos. Para los que por fin entienden que siempre van a venir días malos, se pongan como se pongan. Y rachas. Y situaciones injustas. Pero eso no nos exime del deber de ser felices cuando toque serlo.
A veces se trata simplemente de esperar. Esperar no como sinónimo de pasividad, de bajar los brazos. Esperar mientras resistimos. Aunque la postura sea incómoda.
No se trata de tener todos los días una sonrisa de oreja a oreja, sino de no permitir que nadie tenga el poder de arruinar nuestro tiempo. Ni un segundo. Que ya demasiado perdemos por ser mortales.
Puede que incluso ya se hayan cumplido parte de los objetivos y ahora no sepamos qué sigue. O que nunca tuviéramos claro hacia dónde iniciar la caminata. En tal caso, viaja. No necesariamente a otro país, sino al centro de tí mismo.
Vete a algún buen libro, a algún cartel que te llame la atención, a algún amanecer que aún no hayas visto… Y piérdete. Hasta que te encuentres. Hasta que, por un momento, sólo escuches lo que dices tú de tí mismo.
Solemos pedir consejo a los demás para resolver nuestras dudas, infravalorando lo que sentimos, cuando en realidad nadie lo conoce mejor que nosotros mismos. Por tanto, la respuesta siempre va con nosotros, con cada pregunta que hacemos. Quizá no estemos buscando en el sitio adecuado.
Ser feliz es una decisión, y como todas las decisiones, siempre llevará implícita una renuncia. No podemos exigirle a alguien que sepa lo que sólo podemos saber nosotros. Es nuestra, y sólo nuestra, la responsabilidad de conocernos y, por tanto, de ser felices. Ni de tu novia, ni de tus padre, ni de tu abuela, ni de tu mejor amigo. Es tuya.
Porque la felicidad es para el que está convencido de que existe, pero no sin esfuerzo. Para el se harta de llorar cuando lo necesita. Para el que se queja lo mínimo y está muy loco. Para el que sabe que esto dura demasiado poco.
La felicidad es para los valientes.
Marta Sánchez Merino.
https://lamejormaneradepredecirelfuturoescreandolo.wordpress.com/2015/07/17/la-felicidad-es-para-los-valientes/