Dejar ir
En el último post te di algunas buenas razones para vivir en Tailandia durante una temporada, pero no hablé de lo que significa dejarlo todo para mudarse a un país lejano. Creo que es un tema en el que merece la pena profundizar, así que hoy me gustaría compartir contigo una experiencia personal sobre algo muy importante: dejar ir.
Cuando me marché de Seattle para viajar por el mundo no sólo dejé mi trabajo en mi Microsoft. También dejé mi coche, mis muebles de Ikea, mis amigos, mi novia, una ciudad que me encanta y todas mis posesiones materiales menos dos maletas.
Muy poca gente sabe esto, pero las dos semanas entre mi último día de trabajo y el día que regresé a España fueron dos de las semanas más difíciles de mi vida.
Limitarse a lo esencial
Deshacerse de todo lo que has acumulado a lo largo de 4 años -salvo por lo que cabe en dos maletas- no es nada fácil porque te obliga a ser muy selectivo. Tampoco es agradable. Según pasa el tiempo, vas asociando emociones y vivencias a tus objetos materiales, que dejan de ser simples objetos para convertirse en símbolos. Esto hace que su valor emocional se incremente y que sea mucho más complicado desprenderse de ellos.
Todavía recuerdo cómo lo hice. Coloqué tres cajas de cartón en un extremo del salón y en cada una de ellas pegué un post-it para identificarla; las categorías eran AMIGOS, VENTA y CARIDAD. En el otro extremo coloqué mis dos maletas abiertas. Luego, iba a un armario o a un cajón y elegía un objeto al azar, por ejemplo, unos pantalones. Los llevaba al salón y allí, entre cajas y maletas, elegía que hacía con ellos: traérmelos a España, dárselos a algún amigo, venderlos por Internet o dárselos a los más necesitados. Entonces, mientras sostenía los pantalones y meditaba mi decisión, me venían a la mente todas las historias relacionadas con esos pantalones: aquel viaje en que se me mancharon, la noche cuando los llevaba puestos y conocí a Fulanito o incluso el día que los compré. Y por si fuera poco, al mismo tiempo que hacía esto, iba llegando gente a llevarse mis muebles y yo iba viendo como la casa que hasta entonces había sido mi hogar iba convirtiéndose en un lugar vacío y sin alma.
Imagínate repetir este proceso con cada una de tus cosas: cada libro, cada par de zapatos, cada cuchillo. Te puedo asegurar que es agotador. Después de unas horas “reviviendo mi pasado” me sentía vacío emocionalmente y tenía que salir de mi casa porque no aguantaba más.
Tardé 12 días en clasificarlo todo a pesar de que soy una persona a la que no le gusta acumular. Me di cuenta de que tenía decenas de cosas innecesarias, desde un rodillo de cocina hasta ropa que me había puesto 2 veces en el último año. ¿Cómo había llegado todo eso mi casa? También me di cuenta de que tenía cosas que creía que necesitaba pero que no usaba realmente, como la tele o la Xbox. Para mí esta fue una revelación importante.
Y así, una tarde lluviosa de Noviembre, metí todas las cajas en el coche y las llevé a sus respectivos destinos: la casa de Adrienne, la casa de Ramiro, el Goodwill de South Lane Street. Y curiosamente, mientras volvía a casa, ya de noche y con la lluvia golpeando los cristales de mi Mazda 3, me sorprendió notar que no me sentía triste, sino liberado. Más ligero.
Desde entonces, no he echado en falta ninguna de las cosas que entregué aquel día.
Una ruptura necesaria
Sin lugar a dudas, la decisión de dejar a mi novia para irme a viajar por el mundo fue la más polémica de todas. Hay quien me recrimina que fui egoísta y no le falta razón: lo hice únicamente pensando en mí.
Creo que es importante tener en cuenta a la gente que te rodea a la hora de tomar decisiones, pero tampoco hay que olvidar que tu vida es tuya, no de tus padres ni de tu novia, y que debes hacer lo que a TI te haga feliz. Si lo único que hacemos es sacrificarnos por los demás y nos olvidamos de nosotros mismos, ¿qué sentido tiene vivir? Si sólo vivimos por los demás, al final nadie acaba viviendo.
Dejé a mi novia a pesar de llevar dos años juntos y de que ella quería venirse conmigo porque quería vivir la experiencia de viajar solo y porque en el fondo teníamos objetivos de vida muy diferentes. Ella había estado de voluntaria en África, en Grecia y había viajado por todo el mundo; acababa de terminar su segundo máster, le quedaban pocos ahorros y quería encontrar un trabajo de maestra y sentar la cabeza. Yo había empezado a trabajar nada más acabar la carrera, tenía dinero ahorrado y acababa de crear mi negocio online; todavía no había viajado tanto como me gustaría y no estaba listo para establecerme en un sitio fijo y echar raíces; sentía que todavía me quedaban cosas por hacer en esta etapa de mi vida antes de poder pasar a la siguiente sin arrepentimientos.
Si no me marchaba, ¿cuál eran las otras opciones? ¿Quedarme en Seattle a disgusto? ¿Viajar con ella y vivir el resto de mi vida pensando en “cómo habría sido lo de viajar sólo”? ¿Convencerme de que mi deseo era sólo una tontería pasajera? Sinceramente, creo al final hubiese sido peor para los dos, porque yo hubiese sido infeliz y ella se hubiese quedado con un novio infeliz.
Para mí el objetivo de una relación no es sacrificarse, sino disfrutar, sumar, ser más que estando solo. Sí, es cierto que cuando uno vive en pareja renuncia voluntariamente a ciertas cosas, pero el resultado tiene que ser siempre positivo. Para que una relación tenga sentido las dos partes tienen que GANAR, no perder.
Dicho esto, quiero puntualizar que el que una decisión sea correcta no quiere decir que sea fácil. Yo quería mucho (y sigo queriendo) a mi novia, y cuando nos despedimos en el aeropuerto lo pasé fatal. Como dejar a mi pareja me dejo hecho polvo, estuve llorando durante todo el vuelo de vuelta y no podía dejar de pensar que estaba loco y que había metido la pata hasta el fondo.
Pero la vida sigue y nunca se detiene. Eso es lo que la hace tan bonita y tan cruel al mismo tiempo.
Los buenos amigos siempre estarán ahí
Dejar a mis amigos fue la parte más sencilla de todas, porque para mí no fue un adiós sino un hasta luego. Comimos dim sum juntos por última vez en Jade Garden, nos dimos un abrazo, nos deseamos suerte y nos marchamos cada uno por su lado. Así de simple, sin lágrimas ni tristeza. Sé que los volveré a ver algún día y que, cuando eso ocurra, mi relación con ellos será exactamente igual que cuando nos vimos por última vez. Por eso mismo son buenos amigos: porque siguen siéndolo a pesar del tiempo y de la distancia.
Una regla personal que sigo es la de reducir al mínimo el contacto con la gente de fuera. Es decir, si estoy en Tailandia no mantengo el contacto con mis amigos de Seattle más allá de algún e-mail ocasional o un Skype cada 6 meses. De igual manera, cuando estaba en Seattle apenas hablaba con mis amigos cacereños. El motivo por el que hago esto es que no le veo el sentido a estar físicamente en Tailandia y al mismo tiempo estar hablando cada dos por tres con gente de España. Me gusta tener mi cabeza el mismo lugar que tengo mi cuerpo, y por eso cuando estoy en Tailandia estoy en Tailandia, y cuando estoy en España estoy entregado al 100% a la gente de allí.
Recuerda: no puedes estar en dos sitios a la vez. Para poder llegar a una nueva ciudad primero tienes que irte de la antigua.
Dejar paso a lo nuevo
Quizá te encuentres en un momento de tu vida en el que quieres tomar una decisión, pero estás bloqueado porque conlleva abandonar algo que es o fue importante para ti. Quizá has perdido algo valioso y todavía no lo has aceptado, y por ello te sientes incapaz de mirar hacia adelante. En ambos casos la solución es dejar ir.
Yo he tomado decisiones muy difíciles como dejar a mi novia o deshacerme de todo lo que había tenido hasta ese momento. Pero si quieres avanzar y evolucionar, no te queda otra.
Igual que la serpiente que no muda su piel muere, las personas tenemos que aprender a no aferrarnos a lo viejo para dejar espacio a lo nuevo.
Para poder conocer a mi novia americana, primero me tuvo que dejar Ana Vera.
Para poder irme a viajar por el mundo, primero tuve que marcharme de Seattle y abandonar todo lo que tenía allí.
Para crear mi página de afiliados, primero tuve que aceptar que la de las oposiciones a Policía no iba a funcionar
Y así, un largo etcétera.
“La lluvia nunca vuelve hacia arriba” canta Pedro Guerra, y tiene razón. El pasado, pasado está. No te aferres a él: requiere mucho esfuerzo y no funciona. La vida SIEMPRE se mueve hacia adelante; jamás se detiene y jamás vuelve hacia atrás. Relájate y fluye con ella.
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