De forma habitual, el ser humano experimenta la vida a través del tamiz de la mente. De este modo, pensamientos, emociones y sensaciones físicas generan sentimientos que opacan la percepción completa de su auténtica naturaleza.
El hombre vive olvidado de sí mismo, proyectado e identificado con todo aquello que ve y siente, transformándolo todo en una experiencia que considera auténtica y verdadera en su totalidad.
En realidad, al volcarse hacia el exterior de esta forma, lo que hace es huir. Huye de sí mismo, tras la búsqueda de un placer que resulta efímero en la mayor parte de las ocasiones, olvidando que placer y dolor son caras de una misma moneda.
Es natural que esto suceda así, De hecho, forma parte de la experiencia que, a su debido momento, le hará replanteárselo todo e iniciar el sendero que le devolverá a la conexión con su alma. Y tal replanteamiento, nunca ocurrirá “demasiado tarde” o “demasiado pronto”, siempre será: a su debido momento.
Es posible que, quienes ya hayan vivido esa significativa experiencia, hayan iniciado un nuevo modo de ser y de estar en el mundo, y en un principio, vean las acciones de los demás como erróneas o inadecuadas, intentando en no pocos casos, que los demás se comporten de otro modo. Este es un error frecuente, aunque esté cargado de buena intención.
Todo lleva su tiempo de preparación, de cocción, de maceración. Y, el recién ingresado en el “camino” hacia el alma, deberá aprender una de las lecciones menos fáciles: Dejar ser.
Cuando uno ha experimentado la cesación del tiempo, para condensarlo en un solo instante de presente continuo, tal experiencia puede aparecer a la mente racional y lógica -que todo lo quiere controlar-, como una locura constante. Tal vez lo sea, tal vez no. Pero, lo cierto es que, después de tal vivencia nacerá una nueva percepción de la realidad que nos rodea. Todo continúa igual, pero quien lo ve, ha cambiado.
Y a la nueva luz de tal cambio pretenderemos que los demás vean las cosas como nosotros. Ello no es posible. Cada cual lleva su propio camino. Y así debe de ser. Cada cual está en un curso, y los alumnos de tercero no entran en las aulas de cuarto, ni viceversa. Y es que, este maravilloso mundo en que vivimos y donde tales experiencias suceden, es una Escuela de Conocimiento grandiosa; la más grande quizá. Porque aquí, a este plano denso y, a veces caótico en apariencia, hemos venido a aprender. Aprender al tiempo que disfrutamos del regalo de la vida. Paradójico, ¿verdad? En esta Escuela aprendemos al tiempo que disfrutamos. A veces, también sufrimos, pero ello forma parte del aprendizaje.
Sin embargo, cabría preguntarse: ¿qué es lo que estamos aprendiendo aquí? Una de las primeras lecciones a las que nos enfrentamos es: dejar ser, que sería sinónimo de Amar. Aprendemos a dejar al mundo correr, permaneciendo en nuestro centro. Aprendemos a permitir que los demás sean todo lo estúpidos que quieran ser, aceptando que quizá, los verdaderos estúpidos seamos nosotros mismos, ya que no existe un patrón correcto o incorrecto de comportamiento. Puede existir una moral, pero la moral cambia con los tiempos, luego no es real. Real es lo que permanece y no está sujeto a la Ley de la Impermanencia.
Los demás son como son, y así los aceptaremos, sin enjuiciamientos ni críticas. ¿Por qué? Porque primero nos hemos aceptado a nosotros mismos tal y como somos. Nos amamos por ser como somos. Si no te amas a ti, ¿cómo vas a amar a los demás? El Amor comienza por uno mismo. Cuando te amas, todo está bien. Y esto, es algo que puedes experimentar ahora mismo.
Dejar ser es también sinónimo de libertad. Dejamos que los demás sean como quieran ser, como deseen ser, sin limitaciones ni trabas, porque nuestra propia libertad interior es tan amplia que no nos es posible poner límites a los demás. Nuestra única Ley es la Ley del Amor. Bajo esta ley ¿qué parámetro negativo podría existir? Ninguno. Todo está bien. Todo es adecuado.
Para poder llevar a cabo el dejar ser es imprescindible haber conectado con nuestro centro. Y desde ese centro, algo más grande aún nos sucederá conforme vayamos pasando por los diferentes “cursos” en la Escuela de la Vida: nos daremos cuenta, de nuevo por vía de experiencia, que no estamos separados del Espíritu que todo lo abarca, que esa naturaleza espiritual forma parte de un Todo que nuestra mente, limitada y encorsetada en estrechos parámetros, no puede ni tan siquiera imaginar.
Aprenderemos pues, a dejar ser, permaneciendo en nuestro centro, quedándonos en la percepción del Espíritu que somos. Aprenderemos también que el sufrimiento y el placer son de la misma naturaleza y que lo único que importa es el observador que, desidentificado del sufrimiento y del placer, observa en perfecta ecuanimidad ambas falacias.
¿Quién es el observador? El Alma. La Escuela de la Vida, a través de sus diferentes experiencias, nos enseña a reencontrar nuestra alma olvidada entre los quehaceres cotidianos. Enterrada entre noticias sin importancia; por no decir manipuladas. Soterrada entre cosas urgentes que nos hacen olvidar lo importante.
Un día, todo este juego de luces y sombras cesará. Sólo quedará tú consciencia de ser, tu Alma. La representación habrá terminado. Si descubriste el juego a tiempo, es posible que lo disfrutaras. Si no…
Ahora mismo, es el momento idóneo para despertar a tu ser. ¿Por qué no ahora? Eres. Lo tienes todo. Formas parte del Universo. Estás hecho de la misma naturaleza de las estrellas. Vive desde este conocimiento. Vive la existencia desde ti. Tú eres la verdad. La consciencia es la única verdad. Eres. Aquí. Ahora. ¿Qué más puedes necesitar saber?
Que el Silencio Interior, la Paz y el Amor colmen tu Corazón.
Universo Holístico – Octubre 09