Pocas palabras son tan usadas como amor, algo tan fundamental que me atrevería a afirmar que es una característica definitoria del hombre, la capacidad de amar. Sin embargo, como todo lo grande, corre el peligro de ser trivializado y reducido a alguno de sus aspectos. El amor es una verdad compleja sobre la que hay que hablar para aproximarse a la realidad del matrimonio.
Los reduccionismos son algo propio de nuestro tiempo esclavo de las prisas y la falta de reflexión y, sobre todo, de la satisfacción inmediata. Conviene por tanto parar un poco para reflexionar sobre los “componentes” del amor.
Sin duda los sentimientos son importantes, algo muy humano; el error consiste en confundirlos con el amor. Cuando amamos sentimos, pero en sentido estricto, no es necesario sentir para amar. Amar consiste en querer y procurar el bien del otro, y esto se puede hacer sin necesidad de sentir.
Podemos considerar el sentimiento como un componente del amor, es más, se trata del detonante del amor matrimonial. El comienzo del amor es el enamoramiento, una tendencia a estar con el otro más allá de razonamientos o futuribles.
El enamoramiento es el comienzo, parte importante del matrimonio pero no puede ser su fundamento. Es necesario que entren en juego otros componentes del amor. Hace falta compartir algo más que eso y aquí entra en juego el proyecto de vida en común basado en unas creencias y principios que se comparten, un sistema común de referencias.
La voluntad, el querer querer, es un fundamento sólido para el matrimonio. Se trata del día a día, a veces con sentimientos y otras sin ellos. Sin embargo, es curioso, el querer querer y el alimentar cada día la relación con buenos pensamientos y propósitos de mejora alimenta los sentimientos hasta convertirse en el combustible necesario para que el motor del amor no se apague.
Los sentimientos en su sitio
No podemos olvidar la inteligencia como característica humana, hasta el extremo de que para poder hablar de amor humano haya que hacer referencia a la inteligencia. La capacidad de conocer lo bueno, de distinguir lo importante de lo accesorio, de descomplicarse la vida poniendo los sentimientos en su lugar correcto.
El amor no es un estado permanente sino un proceso dinámico como el propio hombre. Cada día muestra distintas caras, a veces repletas de luz y otras con sombras.
Quizás lo más importante para los padres sea saber que el amor se aprende, no es algo espontáneo o que brota de la nada. El papel de la familia es vital y, dentro de esta, la manera de amarse los padres es la mejor escuela para los hijos. Estos aprenden a amar cuando ven a sus padres llenar el día de pequeños detalles, de ganas de mejora, de perdón y de fuerzas para volver a empezar.
No es fácil esto del amor, quién lo afirme miente; pero es precisamente este misterio lo que lo hace grande. Lo que merece la pena cuesta, pero conlleva en esa lucha una honda satisfacción que es auténtica felicidad humana
Aníbal Cuevas