La fe… es un don
La fe es un camino corto que atraviesa un desierto y que rapidamente nos conduce a una muralla infranqueable, que se extiende hasta donde la vista alcanza. Su altura es insalvable, su fortaleza indestructible. Una multitud, desconsolada, como rebaño sin pastor, reposa junto a la muralla a lo largo de toda su extensa longitud. Buscan refugio pues en el erial a menudo ruge la ventisca y arrecia la tempestad. Piensan que ya han hecho bastante con llegar allí.
Pero se equivocan. Escondida, en un repliegue de tantos que existen en la fortificación, completamente desapercibida, hay una puerta. Es estrecha y permite franquear el muro para adentrarse en un Reino lleno de vida, color, aventura.
Si alguien atraviesa la puerta, trepa a lo alto del muro y avisa a sus amigos que tal acceso existe y de las maravillas que les aguardan, estos le miran extrañados, no entendiendo sus palabras, porque los que descubren el Reino hablan un idioma nuevo, un lenguaje que sólo los que nacen del Espíritu pueden comprender.
Y aquel que conoce el gozo de vivir en el Reino ya no quiere abandonarlo jamás.
Junto a la puerta, una lápida humilde, muestra un texto apenas distinguible, que reza: amor.
El amor… el amor es un milagro.
Mateo 7,21: No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial