La madurez tiene que ver con la experiencia, con lo vivido, con los errores cometidos, los riegos afrontados, las lecciones aprendidas, los fracasos superados; con nuestras relaciones, las buenas y las malas decisiones, así como las vidas en las que hemos influido.
Cuando miramos atrás en nuestra vida y la observamos desde la visión de un espectador como si fuese una película, podemos tener visiones y percepciones muy variadas, porque una cosa es lo que sucede en nuestra vida y otra muy distinta es la percepción y el significado que damos a todo lo acontecido a lo largo de ella.
Es curioso observar como dos personas pueden tener vidas similares y, sin embargo, una de ellas se siente fracasada y la otra encantada. La diferencia radica en varios aspectos. Por un lado, están las expectativas que cada una tenía, los mapas mentales de cómo se suponía que tenía que ser su vida y que la induce a inevitables comparaciones que generalmente provocan frustraciones.
Por otro, una gran parte de nuestra vida emocional no tiene tanto que ver con lo que nos sucede, sino sobre cómo reaccionamos, cómo interpretamos y cuál es el significado que damos a todo lo que nos sucede o qué aprendemos de ello, sobre todo en cuanto a lo que solemos considerar fracasos, errores o resultados distintos a los que esperábamos. Incluso el nombre o la “etiqueta” con la que catalogamos esa situación genera una percepción distinta.
Cada experiencia es una nueva lección. Algunas dejan cicatrices, otras buenos recuerdos, pero todo forma parte de nuestra historia personal. Son capítulos y recuerdos del viaje de nuestra vida que indican dónde hemos estado, pero no hacia dónde iremos ni lo que sucederá porque eso no está escrito, ya que ese capítulo está en nuestras manos.
No podemos cambiar el pasado, no podemos borrar los errores o el dolor causado, pero sí podemos curar las heridas y eliminar el sufrimiento. Dicho de otro modo, lo que siempre podemos y tenemos que hacer es aprender de ello, mejorar y crecer para no cometer los mismos fallos, para no causar dolor, ni que nos duela tanto.
A veces, los errores se repiten por no haber aprendido la lección y, como un boomerang, la situación reaparece y la vida, con sus particulares métodos, nos devuelve al mismo lugar o situación hasta que aprendamos lo que vino a enseñarnos.
Así que no te fustigues por los errores, sino que aprende de ellos para no repetirlos ya que siempre podemos reconocerlos. Y ante todo recuerda que son los maestros que tienen el poder de transformarnos en alguien mejor.