Las limitaciones que más cercenan tu capacidad de progresar y de llegar a desarrollar tu máximo potencial son las que tú mismo te impones.
Es común que se presenten escollos en tu camino hacia el logro de tus metas.
Pueden aparecer en la forma de incomodidades, falta de recursos económicos, resistencia por parte de alguien querido, que no confíes en tus capacidades, horarios superpuestos, profesores o jefes poco amigables o de maneras que pueden hacer tambalear tu decisión y sumirte en la incertidumbre.
El miedo al cambio o a lo desconocido también son barreras a superar.
De tu actitud y de tu accionar depende que esas dificultades sean momentáneas o que se trasformen en una limitación permanente.
Claramente, no es sencillo luchar contra la corriente.
Si hay alguien en tu familia o en tu entorno más cercano que se opone a tus avances y a que elijas tu propio destino, las cosas se pueden poner difíciles.
Pero lo difícil también es posible, tal vez solo lleve un poco más de esfuerzo o de tiempo.
No es necesario que todos comprendan o avalen lo que quieres hacer.
Tampoco que dejes de lado tus más genuinos anhelos ni aquello que intuyes que te hará feliz porque algunos allegados no hayan podido alcanzarlos. No acceder a un buen trabajo o a un título universitario porque esto no iría en sintonía con lo que sucede habitualmente en tu familia o con la realidad de tu pareja va en desmedro de tus posibilidades reales de mejora y de progreso: quien te quiere bien y es generoso, te entenderá y te apoyará, aunque esto implique que en algún plano te sitúes en un nivel superior al de él.
Además, cuando eres mayor de edad, nadie puede ponerte un límite si tú no lo aceptas y, al hacerlo, quien está tomando la decisión de posponer o de relegar sus deseos e ilusiones eres tú.
¡Esfuérzate por superar las limitaciones que te has establecido y no permitas que nada ni nadie se interpongan entre tú y tu felicidad! Ni siquiera, tú mismo.
Merlina Meiler