Esta modalidad de manipulación moral se usa para intentar que una persona haga lo que otra quiere; de tal modo que, mientras la primera no ceda, se convertirá en víctima del miedo, la duda o el sentimiento de culpabilidad. Esta técnica se aprende en la más tierna infancia y suele ser utilizada, algunas veces, de forma inconsciente. “Todo se pega menos la hermosura”, se dice.
Así, si el niño quiere una pelota nueva y la madre (o padre) se la niegan, el pequeñín va a decir “¿es que ya no me quieres como antes?” Desde luego no sería manipulación si el niño siente realmente lo que dice. Pero pronto le encontrará gusto a decir cosas que no siente con tal de conseguir sus propósitos.
EL CHANTAJE, PASO A PASO.
Las dos partes contratantes. Para que el chantaje emocional se produzca, tienen que asistir “al acto” un chantajista y un firme candidato a ser chantajeado. Si la posible víctima le ve el plumero al manipulador e ignora sus pretensiones, el chantaje no se produce. Pero hay más elementos.
Exigir lo no exigible. Aunque a veces puede exigirse algo muy legítimo, como una deuda sobre quien puede afrontarla de sobras, lo habitual es traspasar las fronteras de la ética. Todo chantaje emocional arranca con una exigencia. A veces, la exigencia se disfraza de petición.
Oposición. Ya tenemos al chantajista por un lado, a la víctima por el otro, y a una exigencia de por medio. Naturalmente, si ésta se satisface, el chantajista no malgastará sus energías y se dedicará a otra cosa. Por tanto, para que se produzca el proceso de chantaje, tiene que haber una resistencia a la exigencia formulada. Vayamos al siguiente paso.
El sermón. El chantajeado que se niega a cumplir con las pretensiones del chantajista tendrá que pasar por la ceremonia del sermón emocional. En éste se incluyen alusiones a la amistad, al amor, la solidaridad, la confianza, la pareja, etc. Ahí empieza a surgir el miedo, la duda, la culpabilidad, y la debilidad. Frases como “no me hubiera imaginado que pudieras fallarme en un momento así”, o “pensaba que eras un amigo de verdad”, o “en tus manos está perder la mejor oportunidad de nuestra vida”, etc. son disparadas a discreción.
Todo el sermoncete está construido para minar la oposición de la víctima escogida. Si ésta cede, aquí se acaba todo: el chantaje emocional ha conseguido, una vez más, su objetivo. Si no cede, habrán más ataques hasta lograr derribar a la presa. Las frases suben de tono y ya contienen amenazas encubiertas: “en esta empresa sólo hay lugar para personas dispuestas a entregarse al máximo: me lo pones muy difícil” (es decir, si no haces lo que te digo, entiendo que no te entregas lo suficiente y por tanto igual te sustituyo por otra persona y te quedas en la calle; recuerda que tienes hipoteca y 3 hijos que mantener). Se aumenta la presión con una falso traspaso de responsabilidad hacia la víctima: “la estabilidad de la pareja depende de ti en estos momentos”, es decir, una amenaza acompañada de la total culpabilidad por todo lo que pasa y puede pasar.
El sermón puede durar varios días.
El pensamiento juega en contra. Una vez disparada la artillería del chantajista, la víctima empieza a “recapacitar”. Su entereza puede desmoronarse en cualquier momento. EL MIEDO a perder el trabajo si se contradice una sugerencia de un superior, a perder la pareja si la presión viene del plano afectivo, o el miedo a provocar una situación insostenible, suele dar paso a una rendición incondicional. El chantajista lo sabe y espera pacientemente. EL SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD toma el papel de protagonista. El hecho de no ceder otorga a la víctima un exceso de responsabilidad que no siempre será capaz de soportar: todo lo malo que pueda ocurrir está en sus manos evitar.
Como defenderse. No es fácil porque cada situación es un mundo, pero el objetivo es no ceder ante quienes utilizan esas depravadas técnicas de manipulación. En primer lugar se deberá comunicar al chantajista que sólo vamos a hablar si la conversación se limita a los argumentos de su exigencia; y únicamente si no se mezclan con juicios personales y sermones cansinos que nos sabemos de memoria por las veces que ha salido en las películas.
El chantajista emocional es sólo eso: un manipulador de emociones. Raramente cumple sus amenazas encubiertas porque si lo hiciera, la palabra “emocional” sobraría. Y estaríamos ante otro problema.
Hacerle saber que conocemos sus trucos. En definitiva, y resumiendo, si el chantajista se da cuenta de que conocemos sus técnicas, lo más probable es que no las utilice.