El yogui Raman era un verdadero maestro en el arte del arco y la flecha. Cierta mañana, invitó a su discípulo más querido a asistir a una demostración de su talento. El discípulo ya había visto aquello más de cien veces pero —así y todo— se preparó para obedecer al maestro.
Fueron al bosque cercano al monasterio: al llegar frente a un bello roble, Raman retiró una de las flores que traía en su collar y la colocó en una de las ramas del árbol.
Enseguida, abrió sus alforjas y sacó tres objetos: su magnífico arco de madera preciosa, una flecha y un lienzo blanco, bordado con diseños en lilas.
El yogui entonces se ubicó a una distancia de cien pasos del lugar donde había colocado la flor. Una vez frente a su blanco, le pidió al discípulo que lo vendara con el lienzo bordado.
El discípulo hizo lo que el maestro le había ordenado.
—¿Cuántas veces me has visto practicar el noble y antiguo deporte del arco y la flecha? —preguntó.
—Todos los días —respondió el discípulo. —Y siempre lo vi acertar en la rosa, a una distancia de trescientos pasos.
Con los ojos cubiertos por el lienzo, el yogui Raman afirmó sus pies en la tierra, distendió el arco con toda su energía —apuntando en dirección de la rosa colocada en las ramas del roble— y disparó.
La flecha cortó el aire, provocando un ruido agudo, pero ni siquiera tocó el árbol y erró el blanco por una distancia abrumadora.
—¿Acerté? —dijo Raman, retirando el lienzo que le cubría los ojos.
—Ha errado y por un amplio margen —respondió el discípulo. —Creo que quería mostrarme el poder del pensamiento y su capacidad de hacer cosas mágicas.
—Te he dado la lección más importante sobre el poder del pensamiento —respondió Raman. —Cuando deseas una cosa, únicamente concéntrate en ella: nadie jamás será capaz de dar en un blanco que no consigue ver.
Autor: Paulo Coelho