La enfermedad es un estado de desarmonía. Cuando su mente se perturba y se atormenta, está creando un desajuste en el funcionamiento del organismo: los órganos son reprimidos, o son estimulados de forma perjudicial, o sea, provocan estados de tensión, o se generan espasmos, o ácidos y químicos innecesarios son enviados al cuerpo en momentos perjudiciales; y así es roto el orden perfecto que debe existir en el funcionamiento y en la sincronización saludable de todo el compuesto humano.
No piense que la enfermedad es una fatalidad. No, no es mala suerte.
Usted es la causa de su enfermedad. Usted debe saber que toda acción provoca una reacción correspondiente. Todo acto se paga así mismo. Usted está siempre procesándose a sí mismo. Si ofende a alguien, esa ofensa está agrediéndole a usted mismo y provoca un disturbio correspondiente a la gravedad de su ofensa. Si usted desea el mal a alguien, usted está atrayendo hacia sí mismo ese mal y no escapará que ese mismo mal acabe verificándose en usted. Es por eso que el Maestro Jesús, sabio de los sabios, enseña que se debe perdonar siempre a las personas, e inclusive amar a los enemigos. Todo acto de amor genera un resultado de amor en usted mismo.
Pero, si usted desconoce la profunda y primera causa de su enfermedad, no importa. Lo que importa es que desee curarse y, para eso, es necesario entrar en estado de armonía mental.
Limpie su mente, olvide el pasado y comience a entrar en un estado de paz, de bondad interior y de alegría espiritual; entre en armonía consigo mismo, con las personas, con el universo y con Dios. Este es el primer paso. Así usted ya removerá la causa de la dolencia y estará procesando el acto de curación.
Ahora, imagine el fin deseado y siéntalo ya ocurriendo en usted. Su subconsciente, en cuyo interior está el principio de la cura, reacciona en consecuencia.
Sea cual fuere la gravedad de su dolencia, ella tiene cura, porque hay un Poder Curador Infinito dentro de usted. Úselo con fe. Con toda su fe.
Lauro Trevisan