Vamos a imaginar que tenemos que recorrer un trayecto bajo el sol abrasador del Sahara. Para ello nos dan unacantimplora con agua suficiente para todo el tiempo que vamos a estar en el desierto.
Sabemos que sin esa agua no tardaríamos en morir deshidratados, eso nos hace sentir miedo y permanecer en estado de alerta para evitar perder la cantimplora, racionar mal el agua, derramarla accidentalmente o desperdiciar una sola gota.
Ahora imaginemos que nos encanta degustar de vez en cuando una copa de vino y que, tras una dura jornada de trabajo, por fin regresamos a casa. Es el momento de relajarnos y decidimos descorchar una botella de un buen vino. Después nos sentamos cómodamente en el sofá, nos servimos una copa y saboreamos cada trago.
El agua de la cantimplora es absolutamente necesaria en nuestra travesía por el desierto, y de ahí el miedo a quedarnos sin ella. Ese temor hace realmente difícil que disfrutemos de cada sorbo.
Sin embargo, tomar una copa vino al llegar a casa no es necesario, podríamos sentirnos perfectamente bien sin ella, pero nos la servimos porque nos apetece hacerlo y eso es precisamente lo que permite que nos deleitemos con el sabor del vino, con su aroma…
A menudo, caemos en el error de transformar un deseo en necesidad, esto sucede cuando lo percibimos como condición sine qua non para ser felices, en lugar de verlo simplemente como algo que, si consiguiéramos, nos produciría mucha satisfacción.
Cuando perseguimos algo que consideramos necesario, automáticamente nos llenamos de ansiedad, tanto si lo conseguimos como si no. Si no lo logramos viviremos amargados, ya que la obsesión por eso que nos falta y que creemos necesitar nos impedirá ver todas las posibilidades de disfrute que nos ofrece la vida.
Pero si finalmente lo conseguimos también estaremos mal, puesto que necesitar algo entraña el miedo a perderlo una vez que lo tenemosy ese temor impide que lo disfrutemos plenamente.
Es conveniente, por lo tanto, desear las cosas (materiales e inmateriales) del mismo modo en que deseamos una copa de buen vino, pero no necesitarlas como si fuesen la última gota de agua en el desierto. La vida se disfruta mucho más intensamente si la llenamos de deseos y la vaciamos de necesidades.