- Citación :
“Que fácil es empujar a la gente… Pero que difícil guiarla. ” – Rabindranath Tagore
Desgracias como la muerte de un familiar o una ruptura sentimental son, al fin y al cabo, retos que se nos presentan en la vida. El saber afrontarlos con mayor o menor destreza es una cuestión de actitud, mas que de aptitud o de genética. No es cierto que existan personas que nacen más preparadas para asumir desdichas.
Ésa precisamente suele ser la creencia errónea de las personas a las que les gusta sentirse víctimas. Son personas, profesionales del autosabotaje, que encuentran en esa desgracia la excusa perfecta para cubrir sus propias frustraciones o para no dar el cambio que su vida necesita. Prefieren que los demás sientan hacia ellos lástima antes que admiración:
“Ya que no puedo tener tu amor, tendré tu compasión”
De nada vale intentar rescatar a una “autovíctima”. Cuanto más se intente, más cómoda en su rol se sentirá. Debe ser ella misma quien se salve. Al respecto, un buen punto de partida sería plantearse estas tres ideas:
En primer lugar, cabría analizar objetivamente la situación o desgracia sufrida. Puesta, por ejemplo, en un papel, seguro que se le despoja de buena parte de la carga emocional que tiene. Analizar pros (que los tiene) y contras puede ser un buen ejercicio de inicio.
En segundo lugar, determinar, más que las soluciones, las posibles actuaciones a seguir, es decir, plantearnos preguntas del tipo ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué depende de mí? ¿Cómo puedo revertir esta situación?
Es aquí precisamente donde está la clave. La autovíctima hace por pensar que no puede hacer nada, que no depende de él, que se trata de una situación irreversible…
Sin embargo, y esta sería la tercera idea, siempre debemos tener claro un principio básico: no podemos elegir que ocurran desgracias en nuestra vida, pero sí la actitud ante ellas, la forma con la que afrontamos el ser víctima.
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