“Cuidando de uno mismo, uno cuida de los demás.
Cuidando a los demás, uno cuida de sí mismo.”
- El Buda
¿Cómo podríamos desearle la felicidad a los demás si no la ejercemos nosotros mismos? En Occidente circula la idea del sufrimiento como una vía eficiente de llegar a la purificación y a la bondad.
¿Se puede dar a los demás algo que no tenemos? Cuando damos cosas que no tenemos puede nacer un resentimiento como producto de sentir que nos quedamos vacíos.
¿Podemos desearle a los demás algo que no conocemos? Si nos sentimos culpables por sentirnos plenos, no sabremos realmente qué es la felicidad.
¿Podemos relacionarnos con nuestro propio sufrimiento de un modo sabio de manera que logramos contener a los demás con sensatez cuando están sufriendo? O sufrimos por nosotros, por los otros, por todos … sin filtro alguno.
¿Sabemos conectarnos con una parte de nosotros que nos desea el bien o pensamos que esta es una actitud egoísta? Sólo saliendo del temor al egoísmo y atreviéndonos a ser felices nosotros mismos podremos desear con autenticidad que los demás tengan lo mismo.
¿Aceptamos nuestra propia vulnerabilidad o la confundimos con debilidad? Si negamos que la fragilidad es parte de la vida y montamos una armadura para defendernos de ella, corremos el peligro de volvernos fríos e insensibles y de perjudicar a los demás al considerarlos -de manera peyorativa- seres frágiles o inseguros.
Sólo cuando aceptamos nuestros deseos de ser felices y de liberarnos del sufrimiento innecesario podemos comenzar a hablar de auténtica compasión ya que, en definitiva, no hay diferencia entre compasión y compasión consciente hacia uno mismo.
© Fanny Libertun
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