Por José Antonio Cordero.- Pasada la juventud las lecciones sobre las formas de vivir gustan poco, y se tiende al rechazo cuando se tocan puntos extremos. Cada uno ha ido aprendiendo y formándose con las cosas que encuentra en su camino y capta aquello que es capaz de percibir. Paseando a oscuras se ven pocas cosas, caminar con luz es diferente.
Al nacer el cuerpo etiquetó su fecha de caducidad y a partir de ahí nos dejamos cautivar por dos grandes fuerzas: el placer y el dolor. La calidad del cuerpo, las influencias familiares, las reglas e imposiciones de quienes ‘dominan’ el territorio que pisamos contribuyen a ir hacia un lado u otro. La educación es la forja de la vida. El cuerpo es como un hierro y la mente es como un imán que con su campo magnético lo mueve a su antojo y a todas las partículas que lo componen. El cuerpo es un maniquí movido por la mente.
La mente parece algo abstracto y difícil de comprender porque está sujeta a variaciones constantes. Por las mañanas somos de una forma y horas después podemos cambiar considerablemente y en ese vaivén nos movemos de un lado para otro hasta que se encuentra el lugar adecuado y se conoce cómo anclar la vida para no estar sujetos a esas mareas. Pasamos del placer al dolor en horas o en días, y cuando estamos sumidos en el dolor deseamos no volver a pasar por ahí más, pero se cae y se recae.
Disfrutamos en un concierto y luego nos desconcertamos al salir, algunas veces las alegrías duran poco y otras veces mucho. Tardamos en darnos cuenta que nada es más importante en la vida que ser feliz, el ‘hacer’ diario debería ser vibrar en felicidad, pero la mente inquieta busca sin parar y más aún si tiene ansiedad. Hay quienes se divierten a costa de cargarse el cuerpo, hay quienes se desviven por conseguir prosperidad a base de trabajar mucho y llegan reventados a su hogar, hay empresarios que su único placer es trabajar duramente. El resultado final depende de aquello que se ha ido forjando.
La mente es una devoradora de placeres, una provocadora de dolores, una buscadora incansable de nuevas sensaciones, y si después de devorar muchos momentos se siente insatisfecha y dolorida desea retornar hacia algún lugar para cobijarse, como un niño castigado que busca el regazo de su madre se esconde sin querer salir por un tiempo. Las depresiones son formas de esconderse del mundo, como también se busca cobijo en otras personas para esconderse. Cuando el cuerpo es maltratado y se agota la mente aparece el dolor y la desesperación.
‘De algo hay que morir’ es una respuesta típica del hierro que no ha sido bien forjado. La mente saltarina es difícil de satisfacer, hasta que reconozca que hay un lugar similar al regazo materno podría pasar mucho tiempo, con muchos momentos de risas y lágrimas, hasta que se dé cuenta que el regazo está en uno mismo.
La ola cansada de estar saltando de un lado para otro descubrió que su naturaleza real es el océano y en cuanto aprendió a zambullirse en su propio océano, descubrió su verdadero ‘hacer’ en la vida: estar dentro, en el regazo divino, aprendió que desde dentro se mueve la vida mejor que desde fuera, y ni las tempestades ni volcanes perturbarán su gozo interior.
La mente es devoradora por su insatisfacción. ¿Cómo puede satisfacerse?, es muy fácil, la respuesta la encontramos en la palabra “satisfacer”: Sat en sánscrito significa Conciencia Pura y ‘facer’ es hacer, esto quiere decir que tenemos que aprender a ‘hacer’ desde la conciencia pura para encontrar la verdadera satisfacción. Más datos, la profundidad del océano en sánscrito es: “Sat-Chit-Ananda = Conciencia Pura-Conocimiento-Felicidad Pura”. Esa es la mezcla perfecta. Como la ola se reencontró en la profundidad de su océano, la mente deja de devorar al ser dulcemente engullida por Ananda o felicidad pura, aprende a ‘Conocer’ profundamente y a actuar desde la pureza de la Conciencia. Esa es la verdadera naturaleza humana.
Dr. JOSE ANTONIO CORDERO
Director
AGRICULTURA VEDICA MAHARISHI