Los que me hacen esperar es porque les cuesta aceptar que una mujer esté lista y dispuesta a tener sexo sin convencerla, sin coqueteo previo. Sin ser el que conquista y tener que ser el que se deje conquistar. Porque además tienen que lidiar con que esa disposición significa que la mujer ya sabe cómo, cúando y dónde lo quiere.
Eso los pone nerviosos. Aunque no a todos, pero si diré que varios veinteañeros suelen huir cuando se topan con una mujer segura.
Algunos de ellos saben muy poco de sexo, aunque la distancia de edad entre ellos y yo no sea tanta. El sexo oral a las mujeres es un problema, les da pena. No se quitan la ropa o prefieren hacerlo con la luz apagada. Y si mi mano a penas se acerca a la parte baja de sus espaldas puedo notar lo incomodos que se ponen porque estoy cerca de sus nalgas. (Si alguno quiere aprender más del punto G masculino, que queda justo por ahí, puede ir a esta nota)
Siempre se habla de la mujer acomplejada, esa que tiene miedo a mostrar su cuerpo o a mostrarse libre durante el sexo pero jamás se habla de los hombres porque supuestamente ellos son los “experimentados” y siempre listos para coger.
Las primeras veces que encontré hombres de ese tipo, asustadizos, yo me acusaba a mí por sus problemas. En mi cabeza pasaban preguntas como ¿debí ser menos directa?, ¿qué tengo que hacer para que esté más cómodo?, ¿será que lo asusté?
Tuve varias experiencias así, con uno que pedía apagar la luz, con otro que se molestaba porque le agarraba “una lonja” y todo esto me hizo pensar en la obsesión que tenían con el cuerpo perfecto y me hicieron dudar incluso si mi físico era suficiente para ellos.
Una vez estaba con un hombre que tenía todos estos problemas y yo no quería avergonzarlo más y estuve a punto de decirle a medio acto que, bueno, pues “gracias por participar pero esto no va llegar a buen puerto.”
Entonces me aguanté, lo dejé de tomar la iniciativa, intenté pasarla bien y fingí lo que tuve que fingir para que todo se acabara rápido.
El no fingió, él se la empezó a pasar bien cuando yo dejé de tocar.
Luego de eso decidí ya no volver a fingir para hacer sentir cómodo a un hombre, no volver a ceder para agradar al veinteañero acomplejado en mi cama. Y sobre todo nunca dejar que las inseguridades de un hombre me hagan dudar de mi desnudez.
Desde entonces me mantengo alejada de los machos acomplejados.
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