La elección de esa palabra para significar la unión de dos personas (del mismo o diferente sexo), parece no ser la más adecuada. Así es, porque una pareja, como su nombre lo indica, debe ser igual o ir hacia la misma dirección. Lo podemos aplicar en otros ámbitos, como por ejemplo, las piernas de un pantalón, o los cuadros en una pared.
Analizando más a fondo la palabra “pareja”, podemos comprender que se trata de “paridad”.
Es entonces una relación de pares, donde primará la semejanza o la igualdad, lo que para muchos, está a miles de kilómetros de distancia de la definición de “amor”. En el cine, la literatura, la música, los poemas y la vida misma, solemos estar en presencia de dos aspectos fundamentales o frecuentes en el vínculo amoroso.
El primero está referido al enamoramiento y el segundo a la desilusión. ¿Cuál es el rol que le ha sido otorgado al amor en este juego de doble entrada? Claro está que no en todos los casos ocurrirá el segundo, por ello es que llama la atención más que la etapa de enamoramiento.
Esto es claro de comprender, básicamente porque cuando comienza el contacto con esa persona que nos gusta interactuamos de manera tal que hacemos todo lo posible por agradar y que nos agrade. En esta etapa inicial, idealizamos a quién tenemos en frente, solemos decir frases del tipo “no puede ser tan perfecto”, “es la persona que siempre soñé”, etc.
Se sobreestima y sobrevalora al otro, lo ponemos en un pedestal o en un lugar muy alto. Allí es cuando comienza a producirse la ilusión. Esto se ve reflejado en promesas, el “te voy a amar por toda la eternidad”. Más o menos siempre ocurre lo mismo en una relación, de “pareja”, pero el problema radica, justamente, en que no somos tan parejos como quisiéramos. ¿Por qué? Porque muchas veces dejamos de pensar en nosotros mismos o nos mimetizamos tanto con el otro que no sabemos cuál fue nuestra decisión o punto de vista.
Entonces, el término “pareja” está en el imaginario colectivo, en el pensamiento de lo ideal, en la fantasía de experimentar un cuento de hadas. Se dice que se ha encontrado a la media naranja y que ahora estamos completos, que los dos seres forman una sola esencia, alma o entidad (como desees llamarla).
Esta fusión tan común durante los primeros meses de la relación en cierto momento puede romperse. Y hasta es sano que eso suceda, por el bien de ambos. Ser diferente en ciertos aspectos es saludable y a la vez, más divertido. Cuando nos topamos con las diferencias del otro, podemos actuar de diversas maneras.
En la mayoría de los casos no lo vemos como algo positivo para la relación, sino como el causante de las peleas, la angustia o la desilusión. Bajar a alguien de ese pedestal es doloroso, claro que si, pero también es necesario.
El lugar del amor está entonces una vez que se haya superado la primera etapa. Si después del primer año de relación (o quizás más), ya te has enterado de los defectos de tu novio o esposa, entonces, puedes comenzar a vivir la relación de una manera más “pareja”. Atención, que la otra persona también debe empezar a reconocer tus falencias. En ambos casos, han de aprender a aceptar y convivir con estas características no tan deseables, siempre y cuando no vayan en detrimento de la relación. E
Entonces, en una pareja no hay nada de “parejo”. El hecho de estar juntos todo el tiempo o durante muchos años no debe mimetizarlos o fusionarlos de tal manera que no haya nada nuevo.
Esto sin dudas desgasta, cansa, aburre y separa. El desencuentro o el “se acabó el amor” puede estar relacionado con este tema.
Amar quiere decir saber que todos somos diferentes y que no es necesario parecernos para poder llevarnos bien.
Y esto no sólo atañe a las relaciones matrimoniales, sino también a los amigos, la familia, los colegas y hasta las personas que no comparten nuestros puntos de vista.
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