Un rasgo que llena de significado la vida de los seres humanos es su imperfección. Ser imperfectos motiva la existencia y obliga a luchar por ser mejores cada día, a pesar de vivir persuadidos de que lo “perfecto” es un objetivo quimérico, una virtud solo digna de la creación divina.
Esto me recuerda las carreras de galgos. En ellas se utiliza como carnada una figura metálica en forma de liebre. Nunca los sancudos canes logran alcanzarla, pero gracias a esa liebre figurada, corren más de prisa, sienten la emoción y el rigor de la persecución, perseveran al máximo, no se someten a la fatiga. Pueden perder o ganar, pero todos terminan la lid como reales y admirables animales de carrera.
La perfección es nuestra inaccesible liebre, el propósito cardinal que nos lanza a la lidia en contra de cada obstáculo que nos presente la vida, sin temer a los errores porque, en definitiva, errar es de imperfectos y eso es lo que somos.
La ruta de la perfección es la misma del éxito, con la diferencia de que el éxito sí es hacedero. Cada logro no es más que un escalón que nos catapulta hacia niveles superiores y en la medida que conquistamos más escalones, más nos acercamos a eso que llamamos “lo perfecto”.
Por supuesto, para actuar así tenemos que estar conscientes de que somos seres humanos imperfectos y que nunca debemos resistirnos al cambio. Cuando cambiamos y nos ponemos a tono con las exigencias de la vida, lo hacemos con el propósito de acercarnos cada día más a lo menos informe, y trocarnos en entes superiores.
El dramaturgo, poeta y novelista español Antonio Gala ha dicho que “la inadaptación a lo imperfecto es lo que mejora al hombre”. ¡Cuánto de verdad hay en estas palabras! Adaptarnos a nuestra imperfección es hacerle el juego al inmovilismo y a la mediocridad; sin embargo, si luchamos, aprendemos a vivir, razonar y meditar, y logramos una idea clara de cómo ser mejores.
De ahí el encanto de lo imperfecto. Serlo, aceptarlo y cambiar para mejorar, le da sazón a la vida, la llena de motivaciones, aunque sepamos que siempre tendremos que ir por más, hasta el final de nuestros días.
Reza un proverbio chino que “un diamante con defectos es mejor que una piedra común que aparenta ser perfecta”. Nunca nos conformemos con ser una inmaculada piedra común. Con plena conciencia de nuestros defectos, si luchamos, alcanzaremos la pureza del imperfecto diamante.
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