Todas las emociones admiten matices y los celos forman un continuo en el que en un extremo encontramos el pensamiento de “los celos son demostraciones de amor, si no sientes celos es que no me quieres” y en el polo opuesto se sitúa “los celos son malos y han terminado con mi relación de pareja”.
Sentir celos no tiene por qué constituir una emoción patológica, sobre todo cuando su intensidad es leve o no condicionan en exceso nuestra vida ni nuestras acciones. Ni siquiera el hecho de tener algún motivo para sospechar es la clave para determinar si los celos son positivos o negativos.
La conducta celosa se convierte en un problema cuando se apodera de nosotros y nos convierte en obsesivos, generando principalmente conductas de control sobre la pareja que en otras circunstancias no haríamos.
El síntoma principal de los celos es el componente repetitivo de los pensamientos, que aparecen de manera automática ante cualquier hecho o preocupación que nos haga pensar que nuestra pareja nos engaña, nos oculta algo o simplemente no nos quiere. Estos pensamientos desencadenan emociones negativas como ansiedad, frustración, inseguridad y sobre todo temor.
Para librarnos de estas sensaciones incómodas, desarrollamos un conjunto de acciones dirigidas a mitigar el malestar. Es entonces cuando nos dedicamos a espiar, mirar una y otra vez el móvil, ordenador, agenda, redes sociales, bolsillos, cartera… cualquier sitio donde pensemos que podemos encontrar información tanto para confirmar nuestras sospechas, como para aliviarnos por no haber encontrado pruebas.
El resultado a corto plazo es bienestar porque conseguimos momentáneamente frenar la ansiedad y las preocupaciones, pero a largo plazo refuerza la conducta tanto de sospecha como de comprobación, nos llena de inseguridad y favorece la dependencia emocional. Esto no suele ocurrir de manera aislada, sino que el celoso, va desarrollando todo un conjunto de comportamientos destinados a frenar su conducta obsesiva. Es habitual que siempre quede la sensación de no haber obtenido pruebas y entonces nuestras sospechas se convierten en acusaciones a nuestra pareja, discusiones, continuas llamadas, prohibiciones, trampas e indirectas que nos mantienen en un estado de alerta autodestructivo.
Si este proceso va a más, nos llevará ejercer mayor control en la vida de nuestra pareja para asegurarnos de que no nos engaña. Nos vuelve hipersensibles a cualquier estímulo o situación que percibamos amenazante, como salidas con los compañeros de trabajo, nuevas amistades, llamadas, bares, restaurantes… cualquier situación que pueda provocar dudas en nosotros, y si no ponemos remedio pronto, cada vez serán más las situaciones y contextos de los que desconfiar.
Estas vivencias son tan desagradables para el celoso que, tenga motivos o no para desconfiar, no merece la pena el mal rato. De ahí que aunque sean celos justificados, como suelen decir, es preferible asumir el control, ¡pero no de nuestra pareja! Sino de nuestros temores.
La intensidad es muy importante, como en todas las emociones, ya que si los celos tienen baja intensidad serán más fácilmente controlables, perturbarán menos al que los padece y como resultado habrá menos conflictos en la relación, mientras que si son de elevada intensidad condicionarán más la vida de la pareja, y más costará librarse de ellos. En estos casos siempre es aconsejable acudir a un profesional que pueda ayudar a controlar y tolerar los pensamientos obsesivos, reducir su frecuencia, enseñar técnicas de afrontamiento y relajación, eliminar conductas que mantienen el problema, ganar confianza y autoestima, o incluso iniciar una terapia de pareja para trabajar los celos de manera conjunta.
*Raúl Gutiérrez