No es ternura el fuego de una pasión, sino la suavidad de una caricia.
No es ternura el oleaje que se desborda, sino el beso del cielo con el mar.
No es ternura la montaña que nos sobrecoge, sino la macetica de violetas perfumadas en la ventana.
No es ternura lo grandioso, sino la delicadeza, la insignificancia, el detalle.
No es ternura lo que se da, sino lo que se refleja y se deja traslucir.
No es ternura el sol que calcina, sino la luna que embruja.
No es ternura el fuego que abraza, sino el leño que se consume.
No es ternura lo que sobresale y resalta... sino el escondite... el beso... la insinuación... la luz y la rosa.
La ternura parece por momentos olvidada y tendríamos que revivirla pues es lo que logra que nuestros días, nuestra vida pasen de ser un mero transitar a ser inolvidables...
La ternura está en aquello que parece pequeño pero que se hace grande en el corazón.
El beso sincero, el apretón cálido de manos, el abrazo inesperado, una mirada llena de cariño que nos dice... ¡estoy aquí, puedes contar conmigo, pocas palabras en un papel que dicen todo...
En los niños vemos la ternura todos los días... Nos cautivan con sus expresiones sinceras, con la caricia que llega a nosotros sin tener que hacer ningún reclamo.
En el beso, en el abrazo cortito que no puede envolvernos pero que nos hace sentir ese corazoncito muy cerca de nosotros...
Hemos crecido, somos adultos dejamos muchas cosas olvidadas o de tanto golpearnos quedaron en nuestro interior adormecidas, paralizadas, congeladas...
Intentemos revivirlas...
La ternura no está en lo grande, ni en lo brillante, ni en lo que se destaca, está en lo chiquito, en lo sencillo, en esas pequeñas cosas de todos los días...
La ternura es eso que... vitaliza al viejo... duerme al niño... ¡y desarma al hombre!
Zenalda Bacardi de Argamasilla
del libro: Ramillete de estrellas