Hasta no hace demasiado tiempo, la realidad se simplificaba en la dualidad, el bien y el mal, la noche y el día, objetivo o subjetivo, pero pronto el hombre se dio cuenta, que esa tendencia de encasillarlo todo en un orden establecido, no estaba de acuerdo con la realidad y entonces los científicos se dedicaron al estudio del caos, que acepta al mundo tal cual es: imprevisible y desconocido en muchos aspectos.
La teoría del caos, propone otra forma de estudiar la realidad, que no debe asustarnos porque contrariamente a lo que se supone, el desorden no es confusión. En la práctica los sistemas caóticos, se caracterizan por su adaptación al cambio y de esta forma, encuentran su estabilidad.
“La realidad, significa cambio, crecimiento y el cambio sin crecimiento, sin la expansión del significado y la exaltación del valor no tiene consecuencia. Cuanto más grande sea la calidad de adaptación cósmica, más significado tendrá toda experiencia.
El concepto de caos, puede crear en nosotros una idea negativa, una visión de desorden en donde las cosas no funcionan bien, en un mundo en donde lo establecido y lo "correcto" es precisamente el orden. Si consideramos que el paradigma, bajo el cual siempre hemos crecido es el del orden, entonces es realmente "caótico" pensar que el orden es un desorden armonioso, algo necesario para la continuidad universal.
La teoría del caos, nos aleja de lo previsible, de lo correcto y tradicional, para buscar nuestras propias experiencias, a raíz de ver la realidad de nuestra vida como algo personal, pero a la vez, contactada en forma real con todo lo que ocurre en el planeta y en el universo, y en donde cualquier factor, por pequeño que parezca, puede afectar el comportamiento y la evolución de la Naturaleza.
La teoría del caos, es encontrar el orden más que en el desorden, en lo desconocido e imprevisible, es asumir nuestra vida cada día, porque a cada día le basta su propio afán, es formar con la diversidad de los acontecimientos cotidianos, un maravilloso fractal en donde nada es igual, pero que sin embargo su misma diversidad crea la armonía.
Considerarnos parte de la teoría del caos, nos ayudaría a no anquilosarnos en nuestras creencias y juicios, sino a estar alertas para los imprevistos, porque el saber reaccionar a ellos, siempre es un crecimiento espiritual y material, que nos hace conscientes, de que nuestras acciones contribuyen al “efecto mariposa” de toda la humanidad.
Este concepto, fue descubierto por un meteréologo, al darse cuenta de la sensible dependencia de las condiciones iniciales de un sistema y que James Gleick recogió en la frase ya célebre: “si una mariposa, con su aleteo, agita hoy el aire de Pekín, puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York” cualquier variación, ya sea una milésima o millonésima, constituye una pequeña pauta que modificará el sistema hasta el punto de hacerlo imprevisible. Esto, que fue dicho en cuanto a la previsión del tiempo, también es válido para nuestras emociones y sentimientos, porque ellos no tienen masa, pero sí tienen energía, la cual, lo queramos o no es adsorbida por el éter del planeta.
Que la teoría del caos o más bien del cambio, opere en nuestra vida cotidiana, no nos dejemos llevar por la rutina que cansa y agota, sino que reinventemos nuestra propia vida. Nacimos del vientre de nuestra madre, ella nos dio la vida física, ahora tenemos que parirnos a nosotros mismos con la fuerza del espíritu divino que mora en nuestro interior.
Así como el escultor, de un pedazo de piedra o de madera, talla con paciencia su obra nacida de su esfuerzo y de su imaginación, también nosotros tenemos que crearnos y pulirnos, pues somos la obra de arte del mismísimo Dios, que nos ha dotado de su espíritu divino, pero que precisa de nuestra mente y de nuestra voluntad para llevar a cabo su obra maestra de hacernos perfectos como El lo es.
Basado en las enseñanzas del Libro de Urantia