Sabemos por experiencia que el amor es el principal sentimiento de nuestras vidas. ¿Quién de nosotros no desea ser amado? Otra cosa es amar, porque a la vista de los resultados de una humanidad sumida en peleas de unos con otros, rencores, conflictos sociales y guerras en los países que poseen lo que otros desean, parece harto difícil afirmar que el amor sea un sentimiento generalizado. Nadie se atrevería a afirmar que el amor ocupa en nuestras vidas un espacio suficiente como para asegurar que gracias a él somos felices la mayoría. Y muchos dirían que no ocupa en sus vidas un espacio ni siquiera aceptable, mientras se pasan los días buscando ser felices a través del amor.
Con toda razón, Schopenhauer, el filósofo alemán escribió: “Vayas donde vayas, siempre encontrarás un enemigo”, lo cual -ya veremos por qué más adelante-, puede comprobarse hasta el hastío.
Si nos preguntamos qué es eso del amor para cualquiera de nosotros, tal vez podríamos decir que consiste en un estado interior que podríamos calificar de Disponibilidad Absoluta (con mayúsculas) acerca de alguien o algo por lo cual estamos dispuestos a sacrificar muchas cosas – más cosas cuanto más grande- que ante nuestros ojos están lejos de tener el valor de lo amado.
Este impulso profundo al que obedecemos y que llamamos amor existe en nosotros potencialmente en un grado tan alto como sea nuestra conciencia libre de egocentrismo, pues este es su peor enemigo. En la medida que nos desembarazamos de tan poco recomendable compañía, el amor puede manifestarse de infinitas formas y matices. Y si esta victoria contra el egocentrismo fuese lo normal en nuestras vidas, no solamente estaría asegurada nuestra felicidad personal, sino la felicidad mundial. Como no lo es, el egocentrismo, el pequeño yo humano de uno, choca una y otra vez con el egocentrismo y el pequeño yo humano de otros. Por eso la frase de Schopenhauer.
En la naturaleza (de la que formamos parte átomo por átomo) existe un propósito evolutivo. Todo está al servicio de la evolución y se basa en la ley de la atracción, que en el mundo subatómico sería atracción electromagnética, en el de la química sería atracción molecular, o en el mundo animal atracción sexual. El caso es que existe una corriente de fuerza universal de creación continua que para muchos de nosotros es la manifestación de un Dios Creador y manantial de energía creadora y evolutiva a partir del amor como energía al servicio de la totalidad. En lenguaje más familiar lo podríamos entender como aquello de “Uno para todos y todos para el Uno universal”. Así que un creyente tiene un sentido concreto del origen del amor, de su sentido y de su finalidad ,en la seguridad de que amando altruistamente sirve al propósito general de la evolución y a la vez experimenta una felicidad que los placeres de este mundo dirigidos por el ego nunca alcanzan a proporcionarle.
¿Y para los no creyentes?
Si observamos la existencia de una energía universal que tiene el poder de originar mundos y vidas según leyes inmutables que la física muestra en parte, es difícil imaginar que podamos disentir entre creyentes y no creyentes. Y si nos atenemos a la vida cotidiana y observamos nuestros propios comportamientos veremos cómo perseguimos siempre algo que suponemos mejor que lo que tenemos. Por tanto, estamos siendo movidos desde lo profundo de nosotros mismos por la tendencia general del universo hacia la evolución a estados superiores. Aunque aprovechemos mal este impulso y nos desviemos hacia el egocentrismo, nos empuja la misma energía que mueve el cosmos, cualquiera que sea el nombre que le demos. Y si actuamos con esa energía de acuerdo con las leyes universales experimentaremos su fuerza en nuestro interior. Esta es la fuerza que puede ayudarnos a superar nuestro egocentrismo y a procurarnos felicidad si la dirigimos correctamente.
Ahora puede ser más fácil comprender por qué el conjunto de la humanidad, aun disponiendo de esa dosis de energía de amor universal que cada amanecer nos trae, no es feliz. Con esa fuerza vital queremos amar y ser amados, pero ¿cómo la administramos? ¿Cuál es el objeto al que dirigimos nuestro amor y cuál es nuestra intención? Nuestra intención y el objeto hacia la que la dirigimos guardan una profunda relación, porque nuestra intención empuja nuestra voluntad hacia donde nuestro deseo de amor busca ser satisfecho. Y es aquí donde se suelen bifurcar los caminos. ¿Qué necesidades busco satisfacer? ¿Están en armonía con las leyes universales o busco tan solo mi propio provecho?
Las leyes universales se basan en el dar y recibir. ¿Doy y recibo desinteresadamente? ¿O doy para recibir y con esa condición? Lo primero es amor y conduce a la felicidad. Lo segundo es egocentrismo y es la ley por la que se rige este mundo, y la fuente de todas nuestras miserias. Cada uno sabe.
Ahora podemos preguntarnos ¿cómo es posible que sabiendo que el amor es el principal sentimiento que nos produce felicidad nos empeñemos en mantener la discordia de unos con otros? ¿Por qué es tan irracional nuestro comportamiento? Algunos dirán a otros con enfado: es que yo tengo la razón. El otro, naturalmente, también querrá tenerla. Y el conflicto seguirá hasta que uno de los dos, o ambos a la vez, reconozcan su parte en el conflicto y manden callar a su pequeño yo, se reconcilien y se perdonen. Entonces la relación cambia y el amor tiene vía libre.
POR: PATROCINIO NAVARRO