La vida no es lo que hacemos ni lo que nos pasa. No es pensar, ni soñar, ni emocionarnos. Tampoco ver un partido de fútbol. Nada de esto es vida si no nos damos cuenta de ello.
Vivir es encontrar el sentido a lo que hacemos y comprender lo que nos pasa. Es saber porqué pensamos lo que pensamos, entender nuestros sueños y reconocer nuestras emociones. Vivir es darse cuenta de que estás disfrutando un partido de fútbol.
Desde este punto de vista, vivir es más bien un “vivirse”, sentir que se vive, saberse feliz de existir. Se trata de no contentarse con ser, con existir, sino con comprender qué se es en la vida, qué hacemos y qué nos pasa en ella.
Así concebida, la vida es una revelación, la mayor revelación de todas. Algo que nos es dado, pero que debemos entender para poder disfrutar.
Y para ello, se debe partir del descubrimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, se ha de determinar el punto de partida del apasionante viaje que es la vida.
Este vivirse, el reconocerse viviendo todo lo que hacemos o nos pasa, permite tomar posesión de la vida propia, asumir el control sobre nuestra existencia. Sabiendo lo que vivimos es como podemos añadir el posesivo “mi” al sustantivo vida. Así es como la hacemos nuestra. Todo lo demás es vivir la vida de otro, la que nos es impuesta desde fuera.
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