Un consejo sencillo para empezar una dietaHay médicos y pseudocientíficos que tratan de darse importancia en los medios de comunicación dando a entender que “todos las dietas” son malas para la salud.
Eso es absurdo, y ya he dejado constancia en varias ocasiones de la mala opinión que me suscitan posiciones estériles y negativas de este tipo (pero en apariencia útiles para aquellos a quienes les gusta salir por la tele).
Evidentemente, hay regímenes alimentarios sanos y los hay que no lo son. Si su dieta es malsana, sin duda es recomendable que lo cambie por otro sano.
Por ejemplo, todo lo que pueda hacer por reducir el consumo de azúcares y de alimentos harinosos (cereales, incluidos los cereales integrales) será bueno para su salud.
Todo lo que pueda hacer por comer menos alimentos a la brasa o tostados (especialmente a la barbacoa) tendrá efectos buenísimos en su salud.
Todo lo que pueda hacer por beber más agua pura y tomar menos bebidas azucaradas, aromatizadas o alcohólicas será bueno para su salud.
Hoy no voy a explicar de nuevo el porqué. Son temas que ya he tratado y sobre los que hablo muy a menudo en Saludnutricionbienestar.com, y de los que sin duda volveré a hablar.
Lo que quiero hacer hoy es compartir con usted un consejo muy sencillo que le ayudará a cambiar el régimen de alimentación… y a que se mantenga firme en su determinación. Se trata, en efecto, de la eterna pregunta: ¿cómo conseguir no saltarse la dieta que sabemos que tenemos que llevar? ¿Cómo no tirar la toalla? ¿Cómo evitar el fenómeno “yo-yo”?
Hasta donde yo sé, quienes proponen determinadas dietas no entran a dar respuesta a estas preguntas. Sin embargo, si no les encontramos respuesta, lo que propongan pierde todo su interés.
Así que le voy a contar mi truco, aunque no garantizo que vaya a funcionar para todo el mundo. Pero funcionó conmigo y, según he podido observar, ha funcionado también en personas de mi entorno que un día decidieron cambiar su régimen alimentario y lo cumplieron.
Cómo cambié de dieta de un día para otroEsto es lo que me pasó. Hoy en día, yo sigo una dieta sin gluten, es decir, no como trigo, alimentos que contengan trigo (pan, pasta, galletas, carne o pescado empanado) y casi ningún cereal.
Y eso que yo siempre había sido consumidor habitual de pan, bollería, dulces, galletas, pasta y cereales de todo tipo. Me gustaban en especial las tostadas de pan rústico, con una buena capa de mantequilla y de mermelada de grosella.
Los cruasanes recién salidos del horno también eran mi debilidad. Y me encantaba viajar a Italia por sus suculentas pizzas, su pasta al dente “alle vongole” (con almejas) o “all’arrabbiata” (con tomate, ajo y guindilla), sus lasañas…
Pero también notaba que tenía una digestión pesada. Siempre, después de deleitarme con estos platos, sentía un pesado malestar en el intestino.
Primero intenté convencerme de que mi malestar se debía a los productos lácteos. ¡Me parecía más fácil deshacerme de ellos que privarme para siempre de todos los maravillosos alimentos que contienen trigo y, por lo tanto, gluten!
Al ver que al dejar la leche nada había cambiado, intenté en varias ocasiones dejar el trigo, pero nunca conseguía aguantar más de dos o tres días; en cualquier caso, no lo suficiente como para notar la diferencia.
Y así estuve hasta los… 37 años.No obstante, poco a poco, y sin darme cuenta, mis lecturas sobre medicina y salud me hicieron acumular conocimientos cada vez más amplios sobre los desastrosos efectos que conlleva a largo plazo para la salud no hacer caso a los problemas digestivos. Tuve claro que mis problemas intestinales implicaban una mala absorción de los nutrientes y que, por ello, iba a desarrollar carencias, que son un foco de enfermedades.
Me di cuenta de que tener el intestino constantemente irritado también era causa de enfermedades autoinmunes. Comprendí que una flora intestinal de mala calidad ponía en riesgo todo el sistema inmunitario, y que iba a hacerme cada vez más vulnerable a las enfermedades infecciosas. Aprendí que imponer al sistema digestivo un alimento que no tolera acaba por volver la pared del intestino más porosa, que grandes proteínas alimenticias iban a pasar tarde o temprano a mi sangre provocando alergias, artrosis y otros problemas de salud.
Durante años, una conciencia simplemente teórica de estos problemas, obtenida a base de acumular conocimientos, no bastó para motivarme a renunciar por completo al trigo.
Y entonces un día, sin esperarlo, leí el enésimo libro sobre los efectos del trigo y el gluten… y todo cobró sentido. El libro no contenía ninguna información decisiva que no conociera ya. No era más que un libro de divulgación, como tantísimos otros que ya había leído. Pero fue en ese momento cuando de pronto sentí la necesidad de poner en práctica por fin las recomendaciones que había leído hasta entonces y de las que estaba convencido “en mi cabeza”, pero no “en mi estómago”.
De repente, todas las ideas de las que me había impregnado cristalizaron en mí para pasar al nivel de las emociones. Ese pan, esas pizzas, esa pasta, esos bollos que tanto me habían apetecido hasta entonces empezaron a provocarme una sensación de asco. Me di cuenta de que eran un verdadero veneno potencial para mí, y por fin empecé a verlo como tal.
De modo que no tuve que hacer ningún esfuerzo para dejar de comerlos. ¡Se había convertido en una obviedad!
Al cabo de una semana, constaté que efectivamente mis problemas intestinales habían desaparecido.
Aquello me alegró, lógicamente, pero en el fondo no cambió casi nada de mi motivación por no comer más productos a base de trigo. Y es que había llegado a un punto en el que estaba tan convencido de que el trigo moderno era tóxico, en el que ver una baguette para mí estaba tan relacionado con los efectos nocivos de ese alimento sobre todas mis células, que ya ni siquiera tenía ganas de comérmela.
Y aquí es donde llegamos a un aspecto clave del problema de las dietas: el drama, tan extendido, de quien consigue alcanzar su objetivo de peso, ¡pero que abandona entonces la dieta y empieza a engordar incluso más que antes!
Si se piensa bien este fenómeno es perfectamente comprensible. Y es que, de hecho, la satisfacción de haber adelgazado no es en sí suficiente como para motivar a esa persona a seguir privándose de alimentos que le encantan.
Este elemento es absolutamente esencial, y sin embargo nunca se explica. A largo plazo, no es el estado de salud concreto que nos ponemos por objetivo -y que quizá incluso hemos alcanzado- lo que podrá motivarnos a no rendirnos en nuestra buena causa. Es necesario que esa causa como tal nos parezca deseable.
En mi caso, mis problemas digestivos no eran la motivación para dejar el gluten. ¡Era el gluten en sí lo que empecé a detestar!
Del mismo modo, durante mucho tiempo, cuando entraba en un supermercado, salivaba al ver los envases multicolores de patatas fritas, frutos secos, helados, barritas azucaradas, platos preparados y bollos, y rara vez me resistía a comprar algo.
Había pasado años estudiando sus efectos sobre el organismo, pero aquello no me convenció para dejar de comerlos, por mucho que me pesara en la conciencia cuando lo hacía. Entonces un día, a fuerza de pensar en los azúcares, las grasas malas, los aditivos que contienen, por no hablar de sus condiciones de producción en fábrica, todos estos productos empezaron a desagradarme profundamente. Y sólo así dejé de tomarlos, esta vez sin ningún esfuerzo y creo que para siempre.
Hasta el punto que, cuando veo a alguien comerlos, aunque parezca que disfruta con ellos, ¡me da lástima!
Hasta que uno no alcance ese estado, no renunciará realmente a la comida basura. No lo hará si se dice: “Mmm… cómo me apetece esa chocolatina; pero no me la voy a tomar porque tengo que adelgazar“. Francamente, la tentación de sacrificar el largo plazo (perder peso) en beneficio del corto plazo (el placer de comerse la chocolatina) es demasiado fuerte como para esperar contenerse para siempre.
Impregnarse de una idea nueva para cambiar el comportamientoMás de uno a quien han operado de cáncer de pulmón ha seguido fumando a pesar de tener la certeza de que eso fomenta la recaída.
Y es que el hecho de saber “en teoría” que “fumar mata”, como dicen los paquetes de tabaco, no basta para renunciar al placer y al hábito del tabaco. Las personas que dejan de fumar del todo, en general no lo hacen más que a partir del momento en el que sienten cierto miedo al ver un cigarrillo y eso les obliga a huir. Como por ejemplo después de haber visto a un pariente cercano morir agonizante de cáncer.
Este fenómeno se explica por lo que yo llamo “sana resistencia al cambio”. Es un reflejo que hace que todo individuo, cualesquiera que sean las ideas nuevas que se le pasen por la cabeza, tenga tendencia a retomar, antes o después, sus costumbres.
Cuando uno se enfrenta a una idea nueva en la vida, a una nueva oportunidad, esté lo entusiasmado que esté por ella, ese entusiasmo será más débil al día siguiente, más aún el día de después, y acabará muy probablemente por desaparecer tras unos días, semanas o meses, hasta que haya vuelto al estado psicológico anterior.
Esto puede parecer triste, o incluso desesperante, pero este mecanismo psicológico suele ser extremadamente positivo y útil para la sociedad, ya que si cada uno de nosotros cambiara de manera constante de comportamiento, por completo y para siempre, a cada libro, encuentro, discurso o programa convincente que escucháramos, dejaríamos de tener estabilidad en la vida, el comportamiento ya no sería predecible para el entorno, no habría entonces instituciones estables. La sociedad viviría en un estado de revolución permanente donde cada uno sería a cada instante capaz de todo, y entonces no habría planes a largo plazo posibles para nadie.
Salvo contadas excepciones, los únicos cambios que se imponen y perduran en la vida son fruto, no de una idea que se nos presenta una vez, sino de una a la que nos hemos enfrentado una vez y otra y otra y otra…
Por eso, las únicas personas que conozco que cambian de vida y luego se mantienen firmes en su causa son aquellas que, como yo, se han empapado intensamente y por un tiempo de los hechos que demuestran que es necesario cambiar.
Esto implica ver programas y documentales sobre el tema, asistir a conferencias, hablar de ello en nuestro entorno, comprar libros y leer. A menudo creemos que no sirve para nada, que no ponemos en práctica todos estos consejos lo suficiente. Pero el trabajo se hace en el subconsciente. Un buen día, y nadie sabe cuándo ocurrirá, sentirá que ha llegado el momento de cambiar… y lo hará.
Su situación personalSi hace tiempo que leenuestro blog
www.saludnutricionbienestar.com, pero no ha cambiado nada de su modo de vida, tenga paciencia y confianza.
No puedo decirle con exactitud en qué momento lo que le voy contando traspasará a su nivel emocional, hasta el punto de que sólo podrá comer y vivir sano.
Pero aproveche la frecuencia con la que escribo. Si saludnutricionbienestar.com empieza realmente a formar parte de su día a día, puedo asegurarle que un día, de golpe y porrazo, se dirá como yo me dije: “Andá, ¡pero si estaba claro!”. Abrirá los armarios de la cocina, se deshará de todas las harinas, fritos, pastas y azúcares, y ya sólo tendrá ganas de una alimentación sana a base de fruta y verduras frescas, de buen pescado, huevos ecológicos y buena carne.
A algunos esto les pasará en las próximas semanas. Otros necesitarán todavía más historias, anécdotas y estudios científicos para que lo que les cuento les llegue al estómago y sientan la “necesidad”, y no ya el simple deseo, de llevar mis consejos a la práctica.
Otros, incluso, tendrán que dejar de leer este blog durante un tiempo, pasar a otra cosa, descubrir otras publicaciones sobre salud, volver a la medicina convencional, seguir su camino. Cuando llegue de nuevo el momento en el que tengan realmente ganas, retomarán esta lectura y se darán cuenta de que han evolucionado.
Y puede que sea después de varias idas y venidas de este tipo cuando el cambio se imponga en usted. Sin esfuerzo, sin sacrificios.
Así podrá dar por fin con una salud óptima que perdure.
Fuente:
http://www.saludnutricionbienestar.com/un-consejo-sencillo-para-empezar-una-dieta/