Aprender es mucho más que incorporar información en nuestra mente, especialmente cuando somos niños, pero también cuando somos adultos.
Cuando aprendemos practicando, cuando ensayamos, cuando estamos ejecutando algo que nos hace ser mejores en cualquier aspecto, lo hacemos con todos los sentidos y no solo con el intelecto. Un aprendizaje puramente intelectual no tiene la misma solidez que un aprendizaje donde se incluye la práctica física.
No es lo mismo aprender a montar una bicicleta leyendo un manual, que subiendo a ella a practicar.
Cuando aprendemos incorporando todos los sentidos, estamos realmente aprendiendo y si estamos disfrutando de ese aprendizaje, la experiencia nunca será olvidada y será parte de la belleza de aprender.
Cuando aprendemos disfrutando, abrimos los ojos, los sentidos y el corazón. Nos volvemos más atentos a la realidad, más despiertos, más curiosos y más inteligentes. Por eso es tan importante que los hijos puedan aprender bajo un gran sentimiento de alegría.
¿Cómo se consigue eso?
Cuando los padres o los maestros en la escuela aman lo que están enseñando, ese amor es transmitido de manera telepática a los niños y ellos sabrán recibir las lecciones con esa dicha de saber mas, querrán sacar lo mejor de si mismos y se sentirán más inteligentes en la presencia de esos adultos.
Cuando no se transmite ese amor por enseñar, cuando aprender se convierte en una obligación y en un deber, el aprendizaje se verá marcadamente disminuido y no solo eso, se puede generar el efecto contrario de llegar a rechazar o detestar lo que se recibe.
Tanto para los niños como para los adultos, se requiere un ambiente amoroso para poder tener un mejor aprendizaje. Un ambiente donde no existan los juicios, los castigos, las evaluaciones, sino, donde exista una coherencia entre el maestro y lo que va a transmitir.
De alguna manera el maestro tiene que estar conectado con la materia que enseña, sintiéndola por dentro, amándola y expresando esa magia a su interlocutor para contagiarlo de esa belleza de aprender.
El mejor maestro es aquel que vibra con lo que enseña, que es autentico, que vive lo que quiere transmitir, que se siente enamorado de lo que hace.
Tanto los adultos como los niños, tenemos la capacidad de detectar cuando esto no es así. Esa sensación de desarmonía, de discordancia y monotonía, podrá generar rechazo a lo que se quiere enseñar.
Si deseas que tu hijo tenga el privilegio de sentir la alegría de aprender, tendrás que eliminar la angustia, el miedo, la preocupación, el deber y la obligación. Y tendrás que aumentar el gusto y la alegría, aumentar la pasión y el amor a lo que están estudiando.
Patricia González
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