Si algo da miedo y aterra es la muerte, la innombrable, y no por el temor a perder nuestro envoltorio físico, si no por la posibilidad de que desaparezca nuestra esencia
En textos de antaño y al igual que como base de la mayoría de las religiones aparece como final a la muerte la esperanza de un nuevo principio, incluso en el libro de la sabiduría arcana, llamado tarot, calificado como “la esencia de un conocimiento total” nos aparece la muerte como elemento de transformación y ubicada en medio de la baraja y con el número XIII o como más común mente se la representa, sin número. La Rueda del Sanshara hindú, nos muestra los ciclos de las reencarnaciones del ser humano hasta llegar a un completo aprendizaje, las experiencias cercanas a la muerte también parecen evidenciar esa otra realidad, una realidad más allá de nuestra vida material. Allan Kardec, padre del espiritismo ya dijo que somos espíritus inmortales, sensitivos y médiums parecen dialogar con quienes traspasan “al otro lado” del río de la muerte, psicofonías, fantasmogénesis, ouija y todo un seguido de disciplinas englobadas dentro de lo que conocemos como parapsicología, tienen al menos como posibilidad de origen, ese más allá correspondiente al reino de los muertos.
Como parapsicólogo me he preguntado si es posible que una persona sea capaz de presentir su propia muerte.
El siguiente caso está basado en unas experiencias reales, una historia, unas vivencias que me fueron transmitidas sin ánimo ni pretensiones de notoriedad ni de salir en medio de comunicación alguno, tan solo con el fin de compartir unas vivencias que pueden ser análogas a las de otras personas y por consiguiente servirles de ayuda, una experiencia relacionada con el fin de la vida.
Gregorio, hombre de 79 años, castigado por el desgaste de una vida y profesión duras, nunca gozó de placeres ni posesiones especiales, pero tampoco las encontró a faltar en exceso. De costumbres y vida monótonas, apasionado por las novelas del oeste sobre todo de una autor ya casi olvidado “Fidel Prado”, animalista convencido y seguidor de la serie de Félix Rodríguez de la Fuente, activo por naturaleza se adentraba en las montañas en busca de leña para su hogar, sin embargo en estos momentos de su vida, sus discretos pero personales gozos estaban mermados en extremo por un cuerpo que ya no era capaz de seguir aquel ritmo de vida.
Resignado a la prisión de la enfermedad y la vejez, los días transcurrían sin demasiadas diferencias entre unos y otros, la monotonía era la tónica del día a día.
Pero un día cualquiera, durante una conversación trivial, Don Gregorio le comenta a su hijo menor sus inquietudes:
“Alguien de silueta oscura, vestido de negro y alto me visita casi cada noche”
Dado el temor que le infunde aquella “persona” Don Gregorio encendía la luz por que según él comentaba, siempre aparecía en la oscuridad, ese ser le infundía un profundo temor, plantándose en frente de él o se postraba en un lado de la cama y le decía con voz pausada: “Vete preparando”.
Don Gregorio se quejaba que nunca le decía para qué… Pero aquella silueta le animaba a no tener miedo.
Al final de la conversación con su hijo, aseguró que identificaba aquel “ser” con la Muerte.
Transcurren varios meses y aquella silueta se le continúa apareciendo. El envejecimiento de Don Gregorio se acelera y queda postrado en una silla de ruedas. Una mañana cualquiera, su esposa advierte acerca de la inmovilidad de su marido, a pesar de que está vivo. Llegan los servicios médicos de emergencia y lo trasladan al hospital, el pronóstico es extremadamente grabe, infarto cerebral, en pocos minutos entra en coma y los médicos informan a los familiares que no hay nada que hacer, el fin de la vida es inevitable.
A pesar de haber pronosticado la muerte inminente, el mal trecho corazón de Don Gregorio resiste y pasan varios días.
Durante una visita de familiares a los que poco veían, estos salen a una sala contigua para no hablar de muerte en la estancia donde se encuentra el enfermo moribundo, ya que ni los propios médicos son capaces de saber hasta que punto el enfermo oye y ve y es capaz de procesar la información. En un momento dado algo parece percibir el hijo menor, el cual sin saber por que y movido por un impulso que no sabía definir entra con rapidez en la habitación donde se encuentra su padre, sin saber como, es consciente de que ha llegado el final, y así sucede, baja el ritmo cardíaco de don Gregorio y unas convulsiones preceden al final, su mismo hijo aseguraba que fue como una comunicación telepática entre padre e hijo.
Los hijos le hablan con suavidad, con angustiosa voz pero con lágrimas contenidas, con palabras de esperanza y de que no se preocupase, a pesar de que el corazón hacía ya minutos que había dejado de latir y es que hay que tener en cuenta que el cerebro no muere a la par del corazón y es capaz de seguir escuchando y capaz de procesar información, al menos durante aproximadamente 7 minutos.
Tras más o menos un cuarto de hora, la habitación queda en total silencio y sus hijos inmóviles se hayan en estado de congoja y resignación.
La calidad de vida de los últimos meses de Don Gregorio había sido mínima y la angustia, la moneda del día a día.
Según me comentó su hijo: “Sentí por unos instantes como si la habitación se llenase de luz”
Lo interpretó como la salida del alma del cuerpo, como si de un adiós se tratase.
“Ahora es cuando más tengo a mí padre”
Como si el final de la vida de Don Gregorio en realidad hubiese sido el final y liberación de las penalidades de estar preso en un cuerpo que ya no funcionaba.
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