Al nombre de Braunau, modesta cabeza de partido austriaca en la orilla derecha del Inn, cerca dela frontera bávara, va ligado el destino de tres hombres, objeto un día de la atención del mundo.
El librero nurenburgués Johann Philip Palm fue fusilado allí en 1806 por orden de Napoleón, «por difusión maliciosa de escritos injuriosos contra Francia».
Thomas Püschl, vicario en Braunau, cayó en un estado de negra melancolía por efecto de la impresión que en él había hecho la ejecución de Palm, acabando por perder enteramente el juicio y anunciar el fin del mundo y una conversión colectiva de los judíos mediante la fundación de la secta «Hermanos y Hermanas de Sión».
Por último, Adolf Hitler, obrero temporero e hijo de un empleado de -Aduanas de Braunau, elevó a la categoría de obsesión su antipatía por los judíos, dejándose arrastrar de visionario a fanático y aun quizás a demente sanguinario, como Püschl se había dejado llevar de sus quiméricos «misticismos». No hay entre los dos otra diferencia que la cuantitativa.
Poco después de la ejecución de Palm fue destinado el vicario al pueblo de Ampfelwang en calidad de rector, teniendo al fin que ser internado en el hospital del clero de Viena como enfermo mental incurable. Pero antes había contado con tiempo suficiente para dejar bien incubada la tragedia, a fuerza de fanatizar a los correligionarios de la secta de su invención, que eran los «Hermanos y Hermanas de Sión».
Privada de su postor, la mística comunidad de Ampfelwang se vio en el caso de elegir a quien le sucediese en la misión de convertir a los judíos, y lo hizo en la persona del ferviente adepto de Püschl, Joseph Haas. Bajo la dictadura terrorista de este labriego tardó poco en figurar todo el pueblo en el partido de los fanáticos, con excepción de un matrimonio de edad que, con su hija de once años, se abstenía de secundar a los sectarios. Como estas tres personas se resistieron obstinadamente a tomar parte en los ejercicios de lectura, de rezo y de «conversiones o tertulias en Cristo», la comunidad acabó por declararlos herejes y representantes del Anticristo.
El odio de aquellas gentes fanatizadas fue aumentando, hasta que al anochecer de un día del año 1817, todos los habitantes del pueblo se presentaron ante la casa de los enemigos de Dios, intimando a los viejos para que, sin más demoras, se incorporasen a la comunidad religiosa y asistiesen a sus cultos y prácticas piadosas.
Capitaneaban a los vecinos armados con palos Joseph Haas, su hija y su criado. Aquélla, de diecinueve años de edad, pasaba entonces por la muchacha más bella e inteligente del pueblo.
Los apremiados siguieron resistiéndose a renegar la fe de sus mayores, aun ante la amenaza de la fuerza, y suplicaron con lágrimas en los ojos que les dejasen seguir con sus viejas creencias.
Entonces ordenó Haas a su criado:
«Ahora, en nombre del Señor, te mando que los mates a palos» Y, como el criado vacilaste, le arrebató la hija de Haas el palo y abatió con él primeramente a la anciana vecina, al tiempo que exclamaba: «Dios lo quiere así»
Luego, repitiendo las mismas palabras, acometió también al esposo y a la hija, hasta verlos caer sin sentido y dejarlos por muertos.
Con este sangriento episodio comenzó la Semana Santa, durante la cual tenía que sacrificarse uno de ellos como Cristo se había sacrificado por todos, según sabían por inspiración recibida de lo alto. En el sorteo destinado al señalamiento de la víctima, salió en suerte precisamente Joseph Haas. Pero como se estimase indispensable su pastoral presencia entre la comunidad, nuevamente echaron suertes, resultando favorecida Anna María Hetzinger con la pena de muerte. Contaba diecisiete años de edad entonces y estaba fuera de sí de alegría de ver que la suerte le deparaba el honor de morir como Cristo había muerto. Sin poderse contener, proclamaba a gritos la dicha que la divina misericordia le dispensaba, y pedía que, para merecerla siquiera en parte, no le ahorrasen martirio alguno.
Con la fórmula sacramental de «el Señor lo quiere», hizo Joseph Haas la primera incisión en la cabeza de la muchacha. Cuando la víctima vio correr la propia sangre, se echó a reír y a ponderar la sensación de beatitud que experimentaba. Entonces los correligionarios, que al principio habían contemplado los hechos un poco intimidados, recobraron su confianza y se lanzaron a la tarea de torturar a la desdichada, llegan a hurgar con las puntas de sus navajas en la misma masa encefálica. En este punto perdió el conocimiento Anna-María, y empezó con la respiración estertorosa; pero un joven más impaciente y resuelto puso fin al espectáculo del Viernes Santo, rematándola de un golpe.
Todos los «Hermanos y Hermanas de Sión» se prosternaron ante la muerta y se pusieron a orar, en espera de su resurrección, que tenían por segura, puesto que, si como Cristo había muerto, como él tenía que resucitar. Es más; para asegurarse de que, efectivamente, había sido elegida Anna-María para la gloria, le abrieron el pecho y le sacaron el corazón, a fin de comprobar si presentaba, las místicas figuras descritas en una «Guía» místico-cabalística, compuesta por otro fanático llamado Gossner.
Cuando todavía estaban a la espera de la resurrección de la muerta los vecinos de Ampfelwang, hizo su entrada en el local la policía y los detuvo. Luego sucedió que las autoridades judiciales fueron extremadamente benévolas e ingenuas al juzgarlos: a Haas y a su hija los absolvieron de toda culpa al cabo de catorce meses de detención, por estimarlos mentalmente irresponsables. Únicamente se tomó la precaución de someterlos a una estrecha vigilancia.
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