-Chssssss, tú... sí, sí, tú, ¿me vas a prestar atención? No te lo puedo contar, te lo tengo que escribir. Pan duerme, y no le podemos despertar. Ya sabes lo que pasaría si... ¿no lo sabes?
¡bbrrrrrr!, atento:
-Pues te lo tengo que escribir, o susurrarlo silenciosamente. Sino sabrías en tus propias carnes el significado de pánico, verle molestado en su siesta: mira, cuentan que mientras Hermes apacentaba los rebaños de Dríops quedó prendado de una de las hijas de éste...
-No, en realidad Hermes se enamoró de Dríope, una ninfa, hija de otra amada por el dios Apolo...
Pan y Baco, fieles compañeros
-No, no. Era hija de Hermes y de Penélope, mientras esta pacientemente esperaba a su Ulises se le coló entre las faldas el halado dios.
-¡Uy, que va! De todos los pretendientes de Penélope, que se unieron todos a una.
-Bien, ¡callad ya! Sea como fuere, nació con rostro humano y orejas puntiagudas, lleno de arrugas la cara, coronado con dos caprunos cuernos y una barbilla que luchaba por integrarse en la mandíbula. Pero lo más asombroso fueron sus extremidades inferiores, de macho cabrío. No es extraño que Hermes decidiera –antes de que me interrumpáis: según algunos- conducirlo al Olimpo envuelto en pieles de conejo ante el escarnio que semejante engendro recibiría por parte de los hombres.
Entre los dioses, acostumbrados a estas cosas, cayó en gracia. Les resultaba un ser la mar de divertido. Y así fue creciendo, y según lo hacía nacía su amor por el pastoreo, por el campo y los rebaños. En la Arcadia vio un bonito lugar para establecerse, pues se unían en el lugar multitud de vaqueros, boyeros y demás conductores de ganado a gran cantidad de ninfas, su otra desbordante pasión.
Y más de un problema tuvo con ellas, él que se jactaba de que ni una sola de las ménades -fieles seguidoras de su gran compadre Dionisos- había escapado de disfrutar de su presencia, él que cortejo y consiguió el amor de la mismísima Luna mediante una treta consistente en disfrazarse de un blanco y tierno corderito, ofreciéndose como cabalgadura. Ni que decir tiene que la jinete terminó montada, y con sumo gusto, pues lo repitieron siempre que era menester.
Amante de la música, anunciaba su presencia con dulces cantos, gracias a los cuales algunas cayeron rendidas a sus pies. Sin embargo otras, vírgenes seguidoras de Ártemis, comenzaban su huída. Una de ella fue la ninfa Siringe, bellísima y apocada, que ante la proximidad del dios huyó. Pero Pan, cuando su encanto personal y su astucia no le valían, usaba su fuerza y sus rápidas patas. En esta ocasión la persiguió -sí, en ardiente deseo- y cuando estaba a punto de hacer presa, la ninfa pidió auxilio a sus hermanas las náyades, pues estaban en el linde del bosque y el río ya bañaba sus pies. Su llamada fue atendida, y se convirtió al punto en un bonito, pero inútil para las aspiraciones de Pan, cañaveral. El dios, o bien ofuscado, o bien encariñado y arrepentido, cortó unas cuantas cañas de diferentes medidas que le sirvieron, una vez unidas y dispuestas, para crear una especie de flauta de la que manaba una música fina y cautivadora. En honor a la ninfa que las formaba el instrumento pasó a denominarse Siringa, y fue muy famoso y utilizado.
Otra desgracia le acaeció con otra ninfa que llevaba por nombre Pitis. Pan, como Papageno, la cortejaba con la música salida de su zampoña que ponzoña era a oídos de Pitis. Así que otra vez se vio éste persiguiendo a una ninfa, y otra vez ante sus ojos el objeto de su amor fue transformado en...
-Sí, ya, en pino. Pero en realidad fue Bóreas el culpable. El envidioso viento también estaba enamorado de la ninfa, y no concebía el hecho de que ella eligiese al dios pastoril. Celoso, sopló con tal fuerza que despeñó a Pitis, de quien se apiadaron los dioses y pararon su caída, transportándola a tierra firme y convirtiéndola en un abeto. Pan, quejumbroso, adornó desde entonces su cabeza con una corona de ramas entrelazadas de este árbol. Bóreas, apenado, de vez en cuando deja salir de su vientre un gemido que, a modo de suave brisa, mece la copa del abeto.
-¡¿Callarás ya?! El caso es que éste es Pan, cuyo cortejo de sátiros y faunos une a las enloquecidas ménades, en el cortejo báquico. Es a éste por quien suenan las flautas, caramillos, siringas y zampoñas, es en honor a éste la poesía bucólica y pastoril, es éste el protector de los rebaños, y de los buenos pastores, y del rústico campo. ¡¡Evohé, Pan!!
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