“Aunque un bozo rizado tus mejillas cubra
y bucles dorados te sombreen las sienes,
no te dejaré, querido mío; qué tu belleza es mía
a pesar de la barba naciente y de los pelos.”
Estrabón
Sólo los héroes pudieron superar la dicotomía entre amante y amado, que obligaba a la relación amorosa a durar un tiempo demasiado breve, y era cortada por severas reglas. En el mundo de los héroes esto se supera. Su amor dura hasta la muerte, y no por la mera razón de que los pelos han aparecido en la cara y en los miembros del amado, y su piel ha perdido suavidad.
Tal es el caso, por ejemplo, del batallón tebano de la batalla de Queronea. Compuesto por ciento cincuenta parejas de amantes, había salido invicto hasta aquí. Al final del combate, el campo de batalla queda salpicado por cadáveres de los jóvenes tebanos. Los cuerpos se presentaban de dos en dos, cada uno al lado de su amante, para demostrarle que había merecido su amor.
De hecho el “amor a ellos”, siempre fue cantado y jamás negado. Tal es el caso de Solón.
Solón es uno de los grandes legisladores de Atenas, dio a la polis, en su peor momento de crisis económica y política, un cuerpo de leyes que pervivió durante años. También cayó ante las flechas de Eros. Estaba enamorado de su sobrino Pisístrato. Tenemos algunos versos autobiográficos del gran legislador: “hasta que él, en la flor de la edad, venga a amar a un muchacho y añorar sus muslos y su boca suave”. Y para un griego, hablar de muslos no refiere a una mujer, sino que, cuando un ateniense hablaba de muslos, los que deseaba eran los de un muchacho.
Pero vayamos a los hechos.
Aquiles y Patroclo:
Es la verdadera historia de amor de “La Ilíada”.
Homero relata la historia de amor entre Aquiles y Patroclo, tal vez uno de los nudos de la obra. Este amor no era un secreto, ni algo que los griegos no entendieran, por el contrario, era una verdad revelada y que todos conocían, comprendían y admiraban. Es de suponer que con la llegada del cristianismo y el dogma, también “La Iliada” fue censurada.
Encontramos a Aquiles en el Pelion, entrenándose en la caza y la carrera, alimentándose con carne de león y jabalí, y miel. Dicen también que cuando el oráculo reveló el destino de Aquiles, su padre trató de desviarlo y lo escondió en la corte de Licomedes, vestido de doncella, le decían Pirra, (la rubia). Allí se unió a una de las hijas del rey, Deidamia, y concibió a Neptolemo. Allí lo fue a buscar Odisea para ir a Troya. Homero lo presenta dotado de una gran belleza física, rubio, de ojos centelleantes y ponderosa voz. Desconocedor del miedo, su mayor pasión es la lucha. Es violento y ama LaGloria sobre todas las cosas. Patroclo, había sido su amigo desde niño, se había criado en la corte del rey Peleo, padre de Aquiles, siendo compañero del hijo del soberano. Así ambos, y su preceptor Fénix, parten para Troya en las “Negras naves de los Mirmidones”. Antes de la partida, su madre, Tetis, le previno de que si la emprendía, su fama sería inmensa, pero su vida breve, mas, si se quedaba, tendría una larga vida, sin Gloria. Opta por la vida corta y gloriosa. Ante esta decisión, Tetis le da la armadura divina que Hefestos había regalado a Peleo el día de la boda.
Así, ya en Troya, la cólera de Aquiles contra Agamenón hace, que los troyanos causen grandes derrotas a los Aqueos. El héroe permanece en sus naves sin presentarse en el campo de batalla. Patroclo trata de convencerlo, pero, ante la negativa, le pide que le preste sus armas para que, presentándole en la lucha, los troyanos lo tomen por Aquiles, quien accede al pedido. Así Patroclo, logra en un primer momento confundir al enemigo, pero al fin es reconocido y muere a manos de Héctor.
Es aquí donde ya no quedan dudas de la unión de ambos amigos. Ante la noticia de la muerte de su compañero, Homero nos relata como nadie el dolor del Pélida”:
“una negra nube de aflicción lo envolvió
cogió con ambas manos el requemado hollín
y se lo derramo sobre la cabeza,
afeando su amable rostro
mientras la negra ceniza se posaba sobre la túnica de néctar.
Y extendido el polvo cuan largo era,
gran espacio ocupaba y con las manos
se mancillaba y mesaba los cabellos.
(…)Aquiles se levantó,
Atenea le echó sobre sus hombros la floqueada égida, la diosa de la casta de Zeus, coronó su cabeza con un nimbo
áureo, e hizo brotar de su cuerpo una inflamada llama ardiente.(…)
Fue al borde del foso y se paró lejos del muro (…) allí se detuvo y dio un grito, que Palas Atenea a gran
distancia llevó, y causó un indecible tumulto entre los troyanos. (…)
Nada más oír la broncínea voz de Eacida,
se conmovió el ánimo de todos: los caballos de bellas crines,
giraban atrás los carros, presintiendo dolores en el ánimo;
y los aurigas quedaron atónitos al ver el infatigable fuego
que ardía sobre la cabeza del magnánimo Pélida. (…)
El divino Aquiles profirió tres enormes alaridos sobre la fosa,
y las tres veces los troyanos e ínclitos aliados quedaron turbados.”
La Ilíada, canto XVIII, V 22-229, ed. Gredos, tr. Emilio Crespo Güemes.
Así fue como, ante el terror que el grito de Aquiles provocó entre los Teucros, los griegos pudieron recuperar el cadáver de Patroclo. Aquiles, desesperado, ya no tiene razones para vivir, grita de celos ante la muerte…” la venerable pureza de tus muslos no respetaste, tú (Patroclo), a pesar de nuestros besos”. Hasta el punto que su madre lo encuentra echado sobre el cadáver de Patroclo, desesperadamente abrazado. Ahora lo único que importa es la venganza, matar a Héctor y recuperar las armas. Así lo hace. Y tiene al fin un solo objetivo después de haber vengado a su amigo: yacer en la misma fosa para estar siempre unido a él en la muerte, como lo había estado en vida.Sabía que esto también era lo que deseaba Patroclo, pues se lo había pedido cuando se le apareció en un sueño. Aquiles, sin distinguir sueño de vigilia respondió tendiendo los brazos: “Acércate más a mí, Abrazados, aunque sea un momento, uno a otro…”
Es claro, pues, que en toda la antigüedad la historia de amor de La Ilíada era esa. Sólo se discutía un detalle, quien era el amante y quien el amado. Para Ateneo, Esquines y Esquilo, el erastes habría sido Aquiles, para Platón, era Patroclo.
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