Nuestra experiencia pasada nos marca, tanto lo vivido en la infancia y en la niñez como en la adolescencia. Nos marca la familia en la que hemos nacido y crecido, nos marcan las relaciones interpersonales mantenidas y también el ambiente social y cultural en el que nos desenvolvemos.
En nuestra historia de vida hay multitud de experiencias, unas de rechazo y fracaso, otras más agradables de encuentros, éxitos y triunfos. La interpretación de dichas experiencias pueden generar un sentimiento de inferioridad, todo esto hace que nos percibamos de una u otra manera y que nos comparemos con los demás en determinadas áreas.
Las personas que tienen un sentimiento de inferioridad, pueden mostrar algunos de los siguientes rasgos:
Pobre autoconcepto.
Baja autoestima.
Comparación excesiva con los demás. Envidian a otros.
Creen que nunca harán o darán lo mejor de sí mismo.
Se sienten insignificantes.
Se han convencido de que poseen grandes limitaciones.
Buscan el estar aparte de los demás.
El sentimiento de inferioridad ha de ser compensado de alguna manera, y es ahí, cuando puede aparecer el sentimiento de superioridad. La percepción de superioridad puede ser entendida como la reacción al sentimiento de inferioridad, proyectando hacia el exterior los aspectos en los que creemos que sobresalimos. La superioridad con la que se manifiesta el sentimiento de inferioridad puede ser mediante actitudes:
Prepotentes y arrogantes.
Abuso de autoridad.
Llamadas de atención.
Se sienten atacados con facilidad, por lo que también atacan.
Les gusta destruir la imagen de otros para resaltar la suya.
Suelen destacar los defectos de otras personas.
Se dedica de forma excesiva a alguna actividad que le puede ayudar a ocultar su inferioridad.
Quiero dejar claro que aquí nos estamos refiriendo a la superioridad como consecuencia de un sentimiento de inferioridad, ambos pueden darse en la misma persona, pero también pueden existir el uno sin el otro.
El sentimiento de inferioridad refleja un pobre autoconcepto, probablemente formado a partir de las comparaciones con otros y la interpretación de los rechazos y fracasos como situaciones determinantes y limitantes.
Cuando alguien quiere ser igual que otro se olvida de que cada persona es auténtica y única, y es eso lo que nos hace distintivos a unos de otros. Reconocer cuales son nuestras capacidades y limitaciones nos va a permitir reinterpretar nuestro autoconcepto, nutrirlo con aspectos personales realistas que nos permitan querernos más y dejar de odiar a otros.
El sentimiento de inferioridad no es el problema de aquel con quien me comparo, a quien envidio o a quien crítico, el problema es de quien lo siente aunque sea otro al que ataque.
La imagen que tenemos de nosotros mismos nos va a acompañar de por vida, es por ello, por lo que ha de ser cuidada y protegida, no por lo que hagan otros sino por lo que nos vemos capaz de hacer, independientemente de los éxitos y fracasos de los demás.
http://www.webpsicologos.com/blog/2013/06/17/quien-no-se-siente-inferior-no-necesita-mostrarse/