A ciertos psicópatas no les alcanza con quitarle a una persona lo más preciado que tiene: su vida. Necesitan además que la víctima se convierta en un trofeo, en un objeto que los destaque del resto. Por eso, cuando asesinan, dejan su marca, su firma, su sello. Cada nuevo cadáver es otra conquista, al tiempo que eluden a los investigadores que buscan en la elección del método (modus operandis) y en los rastros, las pistas para su captura.
Los asesinos en serie (o serial killers) han existido por años pero han sido especialmente documentados desde el siglo XIX en adelante. ¿Quién no recuerda a Jack El Destripador? Cada uno de ellos ha dejado su huella en las víctimas y en la sociedad.
Para que un asesino ‘goce’ el mote de ‘serial’ debe haber matado al menos a tres personas, con un lapso de tiempo entre muerte y muerte -el periodo de enfriamiento-, y que sus víctimas tengan algo en común: raza, profesión, condición social, o alguna otra característica.
En todos los casos el disparador es un desequilibrio psicológico producto de algún abuso infantil que deriva en la necesidad de someter al prójimo, muchas veces para saciar un impulso sexual.
Cuando se mezclan además el ego, el orgullo y la identificación, es necesario que cada crimen deje su marca para que inequívocamente un solo sujeto se lleve el ‘crédito’. Y aunque ciertos episodios parezcan sacados de la mente de un macabro guionista, como dice el trillado refrán: “La realidad supera a la ficción”. Conozca tres casos espeluznantes de asesinos seriales que vivieron realmente entre nosotros y nos marcaron para siempre.
CHARLES MANSON
‘El Diablo Blanco‘ es uno de los killers más destacados por la cultura popular. Su vida criminal comenzó muy de joven en el terreno de los robos y las estafas. Fue en uno de sus pasos por la cárcel donde se volcó a lo esotérico. Ya libre reunió un grupo que denominó La Familia y comenzó una serie de crímenes que sacudió a la sociedad estadounidense cuando una noche irrumpió en una mansión y asesinó a los presentes, entre ellos a Sharon Tate, la esposa de director de cine Roman Polanski embarazada de ocho meses. Para ‘marcar’ al hecho usaron luego una toalla empapada en sangre para escribir en la puerta principal la palabra Pig (cerdo). Al día siguiente, La Familia cometió otros asesinatos y en la casa dejaron la misma firma con las leyendas Rise (“álcense”), Helter Skelter -en referencia a la canción de los Beatles- y Death to pigs (“muerte a los cerdos”), demostrando una sociopatía.
Charles Manson fue apresado, acusado de instigador y condenado a cadena perpetua, que actualmente cumple en los Estados Unidos.
ANDREI ROMANOVICH CHIKATILO
‘El Carnicero de Rostov‘ ostenta dos tristes récords: haber cometido más de 50 asesinatos y haberse convertido en el único asesino serial conocido en la historia de la Unión Soviética. Entre 1978 y 1990 se encargó de matar y mutilar principalmente a niños y niñas –en ocasiones deficientes mentales-; a quienes también intentó violar, aunque no siempre lo logró a causa de su impotencia sexual. Su método era engañar a sus víctimas para llevarlas a un bosque cercano y allí cometer el crimen. Su marca era la mutilación de los cuerpos -en especial la extirpación de los ojos- y el canibalismo -sobre todo de los genitales-.
Tras su captura, fue condenado a muerte y ejecutado de un tiro en la nuca en 1994 en Moscú.
EL ASESINO DEL ZODIACO
‘Zodiaco‘, como se hacía llamar, mató comprobadamente a siete personas –cuatro hombres y tres mujeres-, aunque en sus cartas adujo que cometió un total de 37 crímenes. Sus víctimas predilectas eran jóvenes parejas en lugares solitarios, aunque según él terminó matando por desprecio a todo tipo de personas, lo cual puede haber sido producto de su fantasía. Lo que más lo caracterizó fue que llamaba a la policía para confesar sus crímenes y que enviaba cartas a los periódicos con mensajes cifrados. En la primera ocasión incluso amenazó con matar a doce personas al azar si las misivas no aparecían en la primera plana: los diarios accedieron y esas muertes no ocurrieron. Sus crímenes conocidos sucedieron entre 1968 y 1969, y sus cartas continuaron llegando muy de vez en cuando hasta 1978.
Su mensaje encriptado nunca pudo ser descifrado y no se reunieron pruebas suficientes para encontrar un culpable.
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