Las tradiciones estadounidenses indican que cada preso tiene derecho a solicitar un plato de comida antes de decirle adiós al mundo terrenal y, en esta ocasión, repasaremos las principales peticiones de los reos condenados, mientras nos adentramos en el universo de la pena capital.
Theodore “Ted” Bundy fue uno de los asesinos seriales más renombrados por la prensa. Afrontó cargos por violación, necrofilia, fuga de la cárcel y 36 asesinatos de mujeres –cifra que, según los analistas, podría ascender a 100–. La opinión pública del estado de Florida clamó por su muerte y el deseo fue cumplido el 24 de enero de 1989, gracias a la silla eléctrica. En su última cena declinó elegir algo en especial y fue servido con el plato estándar que incluye filete, huevos fritos, croquetas de papa, tostadas con manteca y jalea y un jugo para beber. Demasiado simple para un hombre tan complejo, ¿no crees?
Son varios los países que permiten el castigo de la pena de muerte en su legislación. Los diez principales ejecutores son China, Irán, Iraq, Arabia Saudita, Estados Unidos, Yemen, Sudan, Vietnam, Siria y Japón.
John Wayne Gacy violó y mató a 33 niños y adolescentes entre 1972 y 1978. “El payaso asesino” lo apodó la prensa ya que solía animar eventos infantiles. A los 52 años falleció en el Centro Correccional Stateville de Illinois mediante una inyección letal.
Su última cena consistió en pollo frito de Kentucky, porotos (judías) cocinados en salsa de tomate picante, patatas fritas, un batido de chocolate y fresas –que no se le sirvieron–.
Para evitar que el condenado pida cualquier plato extravagante, las últimas cenas deben poder realizarse con alimentos adquiribles a nivel local y no pueden costar más de 40 dólares. Los alimentos son servidos en un plato de metal o plástico y sólo una cuchara sin filo se les ofrece como utensilio. El alcohol no está permitido en las cárceles, tampoco en esa ocasión “especial”.
Aileen Carol Wuornos es una de las pocas mujeres que sufrió esta decisión. Ejerció la prostitución y se llevó la vida de siete hombres en su raid de muerte y venganza. Su ejecución ocurrió en el estado de Florida, el 9 de octubre de 2002, mediante una inyección letal. Su petición final fue un café. La historia fue llevada al cine en 2003 y le valió un Oscar a la actriz protagónica, Charlize Theron.
Actualmente en los Estados Unidos se utiliza comúnmente para acabar con la vida de los reos la inyección letal. Los químicos que la componen son tiopental sódico, que tiene un efecto sedante, bromuro de pancuronio, un relajante muscular que hace colapsar el diafragma y los pulmones, y cloruro de potasio, que detiene los latidos del corazón. Tarda unos siete minutos en hacer efecto y según The Last Meal Project, cada dosis cuesta sólo 86 dólares.
Hay quienes, llegado el caso, prefieren conformarse con poco y nada, producto de la bronca, la frustración y, por qué no, de los nervios que cierran el estómago. Así le ocurrió a Ángel Marturino Resendiz, que declinó su comida final previo a ser ejecutado en Texas por inyección letal, el 22 de junio de 2006. “El asesino de la carretera” había sido el responsable de al menos 15 muertes a lo largo de Estados Unidos y México en los ’90s.
Un poquito más pidió Victor Feguer antes de ser ejecutado en la horca el 15 de marzo de 1963, en Iowa. Acusado de secuestro y asesinato, eligió para su última caminata una aceituna con caroso. Tal vez habrá creído que podía partir atragantado, pero la cuerda marcó su final.
La pena de muerte es legal en 35 de los Estados Unidos, usada regularmente en 12 y está siendo reconsiderada en otros 11, dado los altos costos que le genera al Estado y la inefectividad a la hora de prevenir el crimen.
Odell Barne Jr. fue el más original de todos. En el papelito donde cada preso expresa su última voluntad culinaria, él escribió “justicia, igualdad y paz mundial”. Sus buenos deseos no evitaron que reciba la inyección letal el 1 de marzo de 2000, en Texas, tras haber sido hallado culpable del homicidio y violación de Helen Bass, en 1989.
Según Amnistía Internacional, Estados Unidos gasta más de 100 millones de dólares al año buscando la ejecución de un puñado de convictos. ¿Qué pasaría si todo ese dinero fuera invertido en educación y mejores opciones para evitar que los niños y jóvenes caigan en la pobreza y el crimen?, se pregunta el organismo.
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