“Las suegras tienen mala fama” se oye por ahí. Son las aliadas de las hijas e hijos ante un conflicto matrimonial. Son quienes se entrometen en el hogar filial para mandar ellas cual matriarcas sin respetar los códigos de privacidad e independencia previamente establecidos. Y son quienes por celos pueden llegar a arruinar la relación.
Pero esto no es lo peor que te puede pasar. También te puede tocar una suegra como Styllou Pantopiu Christofi. Conocer su historia hiela la sangre.
Styllou nació en 1901, en una pequeña aldea de la isla de Chipre, una región siempre dividida por conflictos entre turcos y griegos. Allí, las condiciones de vida eran muy duras y todos sus habitantes tenían esa semblanza que da el esfuerzo mayúsculo. Era una época donde los hombres salían a trabajar y proveer del sustento como podían, mientras las mujeres ejercían el control y la administración del hogar. Algunas a costa de ser “dueñas de la verdad”. Styllou le sumaba a este perfil su carácter cruel y conflictivo.
La violencia era un aspecto cotidiano de la vida en el entorno de Styllou y un agravio se podía llegar a pagar con la vida, aspecto que no le sentaba nada incómodo. El primer crimen que cometió Styllou fue en el rol de nuera, contra la madre de su esposo. Cansada de que ésta pretendiera decirle qué hacer, introdujo en su boca una teja ardiente, mientras dos campesinas ayudaban a sujetarla. La pobre anciana se quemó por dentro. Entre el temor y el férreo código de silencio, su participación nunca fue revelada y quedó libre de culpa y cargo.
Las sospechas entre conyugues destrozó el matrimonio y su único hijo decidió a temprana edad que huiría del calvario familiar y de un desgraciado futuro como campesino. Stavros, tal es su nombre, viajó primero a Nicosia, capital de Chipre, para conseguir dinero, y con los ahorros suficientes luego se compró el pasaje que lo llevaría a una Londres ensombrecida por el acontecer de la Segunda Guerra Mundial. Allí, a base de esfuerzo, pudo establecerse y conoció a una joven alemana llamada Hella, que trabajaba en una tienda de modas. El noviazgo duró poco, se casaron y tuvieron tres hijos, que criaron en una modesta vivienda de un cómodo barrio londinense.
Su pasado parecía haber quedado atrás hasta que Styllou reapareció en su vida. Cansada de la pobreza en su isla natal y de un segundo marido que ya no se sustentaba ni a sí mismo, decidió viajar hasta Londres para conseguir un trabajo que le permitiera ahorrar para comprarse un terreno en Chipre que le pudiera dar una mejor vida. Además, no conocía ni a su nuera ni a sus nietos y era una buena ocasión para hacerlo.
Para esta mujer, con la que nada estaba bien, todo comenzó mal. Primero, porque su hijo había roto con la tradición grecochipriota de contraer nupcias con una chica afín a su cultura y, segundo, porque esta nueva vida que llevaba difícilmente lo hiciera retornar a Chipre a cuidar de ella cuando envejeciera.
A pesar de la amabilidad de los anfitriones, ni bien llegó se quiso imponer en el hogar y siempre se mostraba a disgusto con todo lo que la rodeaba. Desde el estilo de vida londinense, tan distinto al que estaba acostumbrada a ver, hasta las costumbres liberales de su nuera eran motivo de conflicto. Esa manera de vestir, esos modales y que no fuera capaz de pegarles a los chicos para educarlos, la exasperaban.
El resentimiento de Styllou contra Hella comenzó a crecer a medida que la veía como un obstáculo entra la posible felicidad de ella con su hijo. Gritaba, insultaba, vociferaba e hizo de su estadía algo insufrible. A Stavros no le quedó otra opción que buscarle alojamientos alternativos: fue expulsada de dos de ellos a causa de sus intemperancias. El ultimátum llegó cuando Hella dijo que se marcharía a Alemania a pasar unas vacaciones con sus hijos y que pretendía ya no verla nuevamente cuando regresara.
Styllou se imaginó volviendo sola y humillada a Chipre y no lo pudo soportar. El miércoles 28 de julio de 1954, mientras Stavros trabajaba y los niños dormían, ambas mujeres se cruzaron en la cocina. Styllou tomó el recogedor de cenizas, que era de hierro, y la tumbó. Continuó golpeándola en el rostro hasta fracturarle el cráneo y desgarrarle la oreja derecha. A pesar de sus 53 años, era una mujer fuerte y llena de odio. No segura de haberla matado, tomó la pañoleta en el cuello y la apretó con tal furia que se incrustó en la carne. Tuvo que cortarla para retirarla y llevó el cuerpo hasta el patio trasero, donde lo prendió fuego con papeles y petróleo. Antes, tomó el recaudo de quitarle la alianza de casada y esconderla envuelta en un papel debajo de un adorno en su habitación.
Un vecino advirtió el olor y el resplandor procedentes de un patio trasero y se asomó por las valla. Vio un cuerpo femenino en una posición similar a la de un maniquí y pensó que se trataba de eso. De hecho, vio a Styllou atizar el fuego y se quedó tranquilo de que no hubiera riesgo de incendio.
Una hora después, Styllou corrió hasta la calle y agitó sus brazos en clara señal de pedido de auxilio. Un matrimonio la asistió y llamó a la policía, que arribó a la par de Stavros.
La prensa hablaba de una “tragedia griega” y, a pesar del testimonio de un vecino ciego de 75 años que aseguró haber oído en su patio contiguo a dos hombres esa noche, la policía arrestó a Styllou por las incongruencias entre su relato –traductor mediante– y la escena del crimen.
El montaje de la chipriota fue tan burdo que encontraron la pañoleta ensangrentada y el anillo escondido. Incluso, era evidente que había sangre en la cocina y que alguien había intentado limpiarla. La pericia hizo el resto cuando determinó que Hella había muerto a causa de la asfixia y que el fuego había sido generado para cubrir las huellas. Entonces, los periódicos titularon: “¡La Suegra Asesina!”.
El juicio comenzó el 25 de octubre de 1954 en el Tribunal Criminal de Londres. Styllou Christofi negó los cargos. Dijo que se despertó por el olor a humo y allí encontró a su nuera calcinándose con el rostro cubierto en sangre. Que le echó agua para apagar las llamas y que corrió en busca de ayuda. Pero las pruebas de que alguien la había asesinado dentro y de que había querido desaparecer los rastros, el anillo encontrado en su cuarto –que ella dijo haber guardado días antes cuando lo halló en la escalera pensando que era un aro de cortina–, las declaraciones del vecino que se asomó por la valla, su pasado violento en Chipre, la muerte sádica de su suegra, las explosiones de cólera en Londres y su truculento carácter “de extranjera” fueron factores decisivos para el jurado. El abogado de Styllou le sugirió que se declarase insana, pero ella se negó terminantemente y sostuvo su relato hasta el final.
Cuatro días después de comenzado el juicio, el jurado declaró a Styllou Christofi culpable de asesinato y fue sentenciada a morir en la horca. A pesar de múltiples intentos por evitarle este triste final fue ejecutada el miércoles 15 de diciembre de 1954, en la prisión de Holloway. Christofi fue la primera mujer ejecutada en Gran Bretaña en treinta años y la penúltima en recibir esta pena. Una curiosidad macabra indica que la última, Ruth Ellis, asesinó a su amante en la misma calle donde Styllou cometió su crimen.
Claro que no todas las suegras son iguales. También están aquellas adorables y compinches que respetan el espacio de la relación de sus hijos y que están disponibles para dar una mano como siempre. Suegras como las nuestras, ¿no?
http://id.tudiscovery.com/el-espeluznante-caso-de-la-suegra-asesina-de-chipre/