Una ruptura amorosa obliga a aceptar el pasado, replantearse el presente, y proyectar un nuevo futuro.
Una separación, un divorcio, el fin de una relación nos llena de interrogantes. ¿Qué hice mal? ¿Qué debería haber hecho? ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Lo pude haber evitado? ¿Qué hago ahora?
La idea que predomina es la de asumir que uno es el único responsable del hecho, que uno es el que tiene la culpa y que el otro no tuvo nada que ver y que siempre nos pasa lo mismo y arruinamos todo.
Aunque el cambio es la característica esencial de la vida, tenemos miedo y nos aferramos a lo conocido, aunque nos produzca frustración y nos haga sufrir.
Sin embargo, las heridas emocionales se curan, así como se cura el cuerpo cuando ha sufrido alguna lesión, sólo hay que vivir el proceso y esperar que transcurra el tiempo.
Poder expresar los sentimientos dolorosos es el mayor reto para quien ha sufrido una pérdida, sin embargo, muchos no se atreven a llorar porque temen no poder detenerse más y caer en el abismo profundo de la desesperación. Pero nunca nadie lloró para siempre, al contrario llorar en el momento justo es lo que permite seguir viviendo la vida sin el pasado a cuestas.
Si no somos capaces de vivir este proceso y de expresar el dolor, se corre el riesgo de permanecer insensibles y perder la oportunidad de ser felices.
Las heridas no resueltas del pasado pueden ocasionar daños a nivel orgánico, mental y espiritual; y principalmente entorpecer nuevas relaciones.
El pasado debe ser integrado a la personalidad para poder seguir adelante, porque si no se hace tenderá a surgir en el presente obligándonos a vivir a la defensiva, malogrando nuestro futuro.
Cuando vivimos experiencias de frustración tendemos a pensar que estamos repitiendo historia desde la infancia.
En parte es cierto que las experiencias infantiles y nuestras creencias pueden condicionarnos, creando estructuras de pensamiento que en forma inconsciente van guiando nuestra conducta.
Por esta razón puede resultar muy útil en estos casos, darse la oportunidad de someterse a un tratamiento psicológico profundo.
Las terapias regresivas tienen el objetivo de ayudar a hacer consciente lo inconsciente y revelar cuáles son las vivencias tempranas que afectan nuestro presente y nos ocasionan problemas con los vínculos.
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