Puede que seas feliz y no lo sepas. Suena un poco provocador, pero, si te paras a pensarlo, no es ninguna tontería. Ocurre que nuestro cerebro (el físico, no esa parte de nosotros que llamamos mente) no está configurado para percibir la felicidad. Además, de una u otra forma, y aunque debería ser el lietmotiv de nuestra existencia, no siempre buscamos la felicidad con el ahínco que le corresponde.
¿Trampas? Pero, ¿qué trampas son esas que nos impiden identificar la felicidad y caminar hacia ella a toda máquina? Pues, lo primero que hemos de tener en cuenta es que la felicidad es un concepto muy complejo, más allá de un estado de ánimo, de unas sensaciones y de la combinación de ambos conceptos, aunque no deja de ser todo eso. Parece complejo porque lo es, aunque no deja de ser tan sencillo como vivir cada momento y recordarlo en positivo.
La insoportable dualidad del ser
Por otra parte, no podemos percibir exactamente qué nos hace felices y de qué manera debido a que, si el observador influye en el objeto observado, qué no va a pasar si el objeto es uno mismo. La imagen en este caso es la de un perro tratando de morderse la cola.
Y la tercera trampa es la confusión entre recuerdo y experiencia. Eso lo vamos a explicar recurriendo a la idea de que tenemos dos “Yo”, el “Yo presente” y el “Yo pasado”. El primero se centra sólo en el momento actual, mientras que el segundo recuerda, revive y proyecta. Y, ahora, desvelamos la tercera trampa cognitiva:
Cinco minutos de gloria… para nada
Estás escuchando la mejor canción del mundo, una experiencia musical que te lleva al mismo paraíso… Cinco minutos de gloria… Y cinco segundos de disgusto profundo porque un desalmado ha grabado al final de la pieza un sonido chirriante muy desagradable.
Normalmente, a pesar de esa rato casi místico que te ha regalado la pieza, vas a acabar describiéndola como una experiencia desagradable: el “Yo presente” ha estado disfrutando más tiempo y con mayor profundidad que lo que ha sufrido (experiencia), pero “Yo pasado” rememora la experiencia como mala (recuerdo).
Es más, a la hora de proyectar, de pensar qué haremos en el futuro, pesa mucho lo que recuerda ese segundo Yo. Recuerdos que nos llevan a tomar decisiones equivocadas por miedo a experiencias que creemos negativas y que, objetivamente, no lo son tanto.
¿El secreto? Hacer el esfuerzo consciente de recordar y dar mayor importancia a la parte positiva de la experiencia, al placer de los cinco minutos de música por encima de los cinco segundos del chirrido. Apreciaremos el presente, lo recordaremos como feliz y orientaremos nuestras decisiones en ese sentido.
Sencillo, ¿verdad?
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