Una noche de octubre, a fines de la década de los 50, una linda secretaria de 19 años que se hallaba bailando con su novio en una discoteca de Londres estalló, de repente, envuelta en llamas, ante el pánico de los asistentes.
Como alimentado por una tempestad interior, el fuego estalló furiosamente en el pecho y la espalda, rodeando su cabeza e inflamándole el pelo. En pocos segundos se convirtió en una antorcha humana, y antes de que su horrorizado acompañante y las demás personas de la sala pudiesen sofocar las llamas la joven había muerto.
Con las manos vendadas a causa de las quemaduras, el novio testimonió a la policía: «No había nadie fumando en la sala de baile. No había velas sobre las mesas, ni vi que su vestido se prendiese en sitio alguno. Sé que parece increíble, pero me dio la sensación de que las llamas surgían hacia fuera, como si se originasen dentro de su cuerpo.» Otros testigos coincidieron con él, y el desconcertante veredicto del juez instructor fue «muerte producida por un fuego de carácter desconocido»
Por fortuna, casos tan terribles de combustión humana espontánea son raros, pero ocurren, y han sido recogidos por la historia. En el norte de Essex (Inglaterra) en el siglo xvn, una anciana fue hallada mortal-mente abrasada en su casa. Aunque el calor debió de haber sido intenso, ninguna otra cosa, ni siquiera las ropas de la cama donde yacía, estaban siquiera chamuscadas.
«Nadie sabe lo que esto presagia», dijo un observador refiriéndose sin duda al Fuego eterno, aunque no dijo por qué.
Bengalas luminosas
Más recientemente, un contratista de obras del condado inglés de York sacó la mano por la ventanilla de su automóvil para saludar cuando pasaba ante una de sus obras. Un instante después era pasto de las llamas. Asimismo, un conductor de Cheshire fue encontrado totalmente incinerado en la cabina de su camión.
El Daily Telegraph de Londres informó: «Los testigos de la policía testimoniaron que habían encontrado el depósito de gasolina lleno e intacto por el fuego; las puertas de la cabina se abrieron fácilmente, pero el interior era "un verdadero horno". El juez instructor se declaró incapaz de determinar cómo había ocurrido el accidente.»
Pocos años después, el Reynold's News registraba la trágica muerte en Londres de un hombre que, mientras caminaba por la calle, «pareció explotar. Sus ropas ardieron furiosamente, su cabello se inflamó y las botas de suela de goma se fundieron en sus pies»
Al parecer, no siempre estas bombas incendiarias humanas son autodestructivas. El profesar-Robin Beach, de Brooklyn, fundador de:..,la. agencia científica ...de ^.detectives Robin -Ügach Engineers Associated, opina que estas'desdichadas personas son involuntariamente responsables de daños por incendio que cuestan' millones, dé dólares al año. Uno de sus primeros clientes fue el propietario de- uña fábrica de Ohio, cuya instalación fue hechizada y padeció hasta ocho pequeños incendios diarios.
La solución del profesor Beach fue convencer a cada uno de los empleados de la fábrica para que, sucesivamente, pisaran una una placa metálica sosteniendo un electrodo; al mismo tiempo observaba la lectura de un voltímetro electrostático.
Uno de los trabajadores era una joven recién empleada; cuando pisó la placa metálica, el voltímetro registró un tremendo salto. Marcó 30.000 voltios electrostáticos y una resistencia de 500.000 ohmios. Prudentemente, el profesor Beach recomendó que fuese trasladada a otra sección de la fábrica donde no estuviese en contacto con materiales combustibles.
El profesor explicó que, bajo ciertas condiciones (por ejemplo, el caminar sobre alfombras durante el tiempo seco), casi todo el mundo puede acumular una carga electrostática de hasta 20.000 voltios. De aquí la sacudida que a veces experimentamos al tocar la puerta del coche u otra superficie metálica. Generalmente, la electricidad se descarga sin causar daño por la punta del cabello; sin embargo, el profesor afirma que hay personas —quizá una de cada 100.000— cuya piel anormalmente seca les permite generar hasta 30.000 voltios instantáneos.
En ciertas circunstancias, tales personas pueden resultar muy peligrosas. Pudieron, por ejemplo, haber sido los detonadores que provocaron explosiones en quirófanos de hospitales cuya atmósfera contenía una mezcla de aire y vapor de la anestesia.
Además, el profesor está convencido de que los operarios de fábricas de armamento y de refinerías de petróleo deberían ser reconocidos obligatoriamente para descubrir si poseen el tipo de piel que retiene cargas eléctricas más persistentemente que otras personas.
Citó el ejemplo de un hombre que demostró ser un riesgo para sí mismo: «En un caso que investigué, un conductor decidió comprobar si necesitaba agua la batería de su coche. Era un día seco y frío de otoño, y el hombre caminó unos pasos sobre la calzada de hormigón, levantó la capota del coche y desenroscó los tapones de la batería. Inmediatamente se produjo una explosión al inflamarse el hidrógeno que desprendía la batería del coche recién estacionado. El conductor resultó gravemente herido.»
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