A veces, nos preguntamos por qué una persona “inteligente y capaz” no puede terminar con una relación nociva o tóxica, que sólo le causa más y más sufrimientos. Las razones son varias. Una de ellas es la baja autoestima de la persona que presenta un apego emocional excesivo a los demás (si me dejas, no podré continuar viviendo o no sé vivir solo o sola); también, aquellas personas que tienen mucha necesidad de aprobación y siempre quieren agradar y satisfacer a los demás (si satisfago las necesidades de todo el mundo, todos me querrán); pero también hay una razón muy importante que ya no tiene que ver con los demás, sino con el propio ego herido: las inversiones que hacemos en una relación.
En una relación, desde el inicio y durante toda la vida de dicha relación, invertimos -consciente o inconscientemente- muchas cosas que son importantes para nosotros: invertimos expectativas, invertimos tiempo, invertimos sentimientos, afectos, emociones, apostamos a un futuro, hacemos planes, o buscamos escalar una posición social o económica. Como sea, siempre que apostamos al amor, invertimos algo, aunque más no sean nuestras expectativas, anhelos, deseos o sueños de alcanzar una vida plena y feliz.
Cuando una relación amenaza con desmoronarse o bien, cuando las personas se dan cuenta que están en una relación nociva o perjudicial, suelen aferrarse aún más a esa relación porque su ruptura o fin, representa también el fin de todo aquello que invertimos, esperamos, deseamos, soñamos o planeamos.
Además de nuestro ego herido, tratamos de que el mundo no nos vea como la persona que “allí va de nuevo, fracasó otra vez en el amor“. Los sentimientos de amor genuinos, obviamente, también están afectados, pero sólo constituyen una de las razones por las que las personas tratan de no terminar una relación muy negativa.
Incluso hay personas que ante una ruptura inminente, intentan una “reconciliación” haciendo un viaje juntos o -en el peor de los casos- teniendo un hijo en común. Son muchas las parejas que quedan embarazadas a los efectos de no terminar una relación. Algo terrible, si se tiene en cuenta que se usa un ser humano (futuro hijo) para solucionar un conflicto de pareja.
También son muchas las personas que prefieren no terminar con una relación negativa, en lugar de madurar, crecer y asumir que es mejor terminar con algo que nos causa daño, en lugar de encapricharse como niños con una relación que -tarde o temprano- no llegará a buen puerto.
Si bien todos invertimos algo en una relación: tiempo, sueños, expectativas, amor genuino, dedicación o apoyo, es importante reconocer cuando algo ya no funciona y es mejor contar las pérdidas y retirarse a tiempo, para luego de hacer el duelo, poder comenzar de nuevo, en otra relación más sana.
La vida se trata de eso. A veces ganamos, a veces perdemos, a veces tenemos que negociar, a veces tenemos que comprender qué es posible y qué no lo es. Crecer emocionalmente y madurar psicológicamente implican una aceptación de aquello que es viable y saludable o conveniente para nosotros y aquello que no lo es. Madurar significa aprender a hacer buenas elecciones y no continuar en lo mismo siempre. Significa poder romper con los patrones viejos que nos llevaban a hacer malas elecciones y aprender a aplicar nuevos patrones de conducta que nos permitirán elegir mejor, la próxima vez.
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