Amarres de Amor con Magia Blanca
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 Bajas presiones: una teoría meteorológica del amor

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MensajeTema: Bajas presiones: una teoría meteorológica del amor   Bajas presiones: una teoría meteorológica del amor Icon_minitimeJue Abr 10 2014, 16:01

Bajas presiones: una teoría meteorológica del amor

A menudo me pregunto por qué los ancianos malgastan tantas horas de sus menguantes vidas contemplando por televisión el parte meteorológico, cuando son los de su edad quienes más tiempo pasan al calor del hogar y sin salir de casa. ¿Cómo puede ser tan perentoria para ellos una información de utilidad más que cuestionable desde el punto de vista práctico? Durante años pensé que el culpable de esta necesidad irracional era Mario Picazo, ese Júpiter embutido en un traje a medida al que sus compañeras de Telecinco rebautizaron como Mario Polvazo. Pero hoy en día no lo creo. La explicación a este hecho extraordinario ha de ser mucho más profunda y espiritual, capaz de traspasar las fronteras del tiempo y el espacio, de Siberia a Benidorm, de Paco Montesdeoca a Mónica López. Y esa explicación sólo puede ser el amor.

Este sentimiento ancestral impulsa al jubilado a escudriñar el panorama meteorológico del mismo modo que la añoranza de su antigua ocupación diaria le arroja a los pies de un edificio en construcción para enmendarle la plana al jefe de obra. Y si esta experiencia vicaria del trabajo le hace sentir una irresistible nostalgia de sus años de existencia útil y productiva, contemplar el baile de nubes e isobaras en la pantalla de un televisor de tubo le recuerda sus años de amorosos escarceos, los días de guateque y baile 'agarrao', el hormigueo en las entrañas y el pulso acelerado. En definitiva, esa razón última por la que un ser humano comparte sofá y brasero con otro ser humano en su ocaso particular. Esto es, el amor.

Por eso el hombre bisoño cuenta sus años por primaveras y el viejo se solaza en el otoño de su vida recordando los atardeceres lluviosos compartidos tras el cristal, los septembrinos paseos bajo ese sol que calienta pero no quema, las noches de bochorno y sudor a la orilla del mar. Por eso el joven expectante y hambriento de vida no pierde un minuto en echar un vistazo a la previsión del tiempo, como no se distraería pasando las páginas en blanco de un álbum de fotos aún por rellenar.

Contemplar el parte un televisor de tubo le recuerda al anciano sus años de amorosos escarceos ”
Con toda la vida por delante y un precario bagaje a sus espaldas, el joven neófito mira al cielo y su mente se queda en blanco, incapaz de reconocer en cirros, cúmulos y estratos la verdadera naturaleza del deseo. Sólo con el tiempo será capaz de leer en frentes, anticiclones y borrascas el código secreto que descifra el infinito enigma de la mujer. Y dilapidará sus noches frente al mapa del satélite invocando los cantos de sirena de pasiones antiguas. Maldiciendo a Benjamin Button, envidiando a Jenson Button, firmando cheques en blanco de dudoso cobro en la ventanilla del pasado.

El anciano contempla el parte meteorológico y, cuando termina, regresa a su vida de sofá y telebasura porque, a fin de cuentas, mirar hacia atrás no sirve para nada y la nostalgia no es más que otra enfermedad oportunista de la vejez. Mientras tanto, el joven cierra la pestaña de GQ en su navegador, se calza sus sneakers y su perfecto de cuero y deja abandonado en un cubo de latón, tras la puerta de la calle, el paraguas plegable que compró a un chino la semana anterior. Ha quedado a cenar –por fin– con esa chica tan guapa que conoció a través de facebook. No sabe que esa noche va a llover y tampoco le importa. Pero algún día, escuchando cómo el nuevo cyborg de La Sexta le recita la previsión meteorológica en un holograma tridimensional, se arrepentirá de no haber leído este artículo hasta el final. Porque la teoría meteorológica del amor comienza justo ahora. Y, aunque no lo sepa tampoco, le interesa.

CUMBRES BORRASCOSAS
Es un hecho más que probado que cualquier hombre, por escaso que sea su éxito social, se convierte como por arte de magia en un imán para el resto de mujeres con el sólo gesto de echarse una novia. Se suele decir que la causa de esta insólita transformación es la envidia, y en verdad algo hay de esa perfidia femenina que desea para sí lo que otra posee, pero esa explicación no deja de ser bastante superficial. La verdadera razón por la que tu hasta entonces insípida vida sentimental se enrosca de repente en un ciclo de complicaciones amorosas sin fin es que, sin querer, te has convertido en un centro de bajas presiones. Esto es, en una borrasca a la que afluyen vientos procedentes de todas las direcciones.

Tu urgencia hacia el otro sexo ha desaparecido, tu rostro ya no delata la impaciencia por el botín del lobo solitario. Por el contrario, tu lenguaje corporal ha pasado a reflejar la confianza de la hormiguita que sabe que la despensa está lo suficientemente llena para pasar el invierno. Y ellas perciben esa recién adquirida seguridad en ti mismo como algo irremediablemente sexy: has pasado de pardillo a proveedor. Te sentirás halagado y apetecido, tentado a dar rienda suelta a tus más primitivos instintos con todas. Eres libre de hacerlo, pero más tarde o más temprano va a empezar a llover. Y yo que tú codiciaría las gotas de lluvia sobre su pelo mojado; o languidecería junto a ella en tardes interminables de sofá, película y palomitas; o exploraría cada pliegue de su cuerpo sobre la alfombra del salón en tardes infinitas de caricias y que se caiga el cielo si quiere. Porque, en algún momento de tu vida, vas a echar de menos la lluvia.

EL ANTICICLÓN DE LAS AZORES
No hay un consenso acerca de cuántas, pero es sabido que los inuit son capaces de nombrar la nieve con un montón de palabras distintas. Sin embargo, los españoles sólo tenemos un vocablo para el sol: Sol. Sí, ya está. Lo cual, teniendo en cuenta que vivimos en un país en el que ciertas regiones disfrutan de hasta 300 días despejados al año, no nos deja precisamente en muy buen lugar. Puede que seamos un pueblo un tanto indolente y perezoso; o, simplemente, que en vez de aprovechar los días soleados para pensar en estas cosas prefiramos tumbarnos en una hamaca al sol. En cualquier caso, queda claro que el tiempo anticiclónico está muy sobrevalorado.

No hay más que ver de dónde nos viene: de Portugal. Y sí, es malo para el amor porque, por definición, un anticiclón es lo contrario a una borrasca. Es decir, un centro de altas presiones del que fluyen vientos en todas las direcciones. Por tanto, es virtualmente imposible que ninguna chica que merezca mínimamente la pena se acerque a tu jardín al calor del buen tiempo –salvo si tienes una piscina gigantesca, pero eso me descabala la metáfora por completo, así que olvidémoslo–. Se te nota a la legua que hace meses que no pisas un charco, tal circunstancia ha destruido por completo tu autoestima y, por cruel que parezca, ellas lo saben. Llegado a este penoso trance, puedes hacer el ganso como el Ted de 'Cómo conocí a vuestra madre' y ensayar una danza de la lluvia. Te anticipamos que eso sólo resulta en la ficción. Lo mejor que puedes hacer es relajarte. Deja de enfadarte con el sol –no se discute con la naturaleza; es así y punto– y túmbate a la bartola a esperar que el buen tiempo escampe. Lo cual, paradójicamente, ocurrirá con el tiempo; y después de la sequía lloverá. Da igual lo que dure. Sobre la yerma tierra de Macondo, lloverá. Siempre termina lloviendo.

LAS BRUMAS MATINALES
Tienen que ver con el alcohol y con esas mañanas en las que te despiertas con quien no deberías y, de algún modo, sabes que la has cagado. Y digo "de algún modo" porque, en realidad, no recuerdas muy bien cómo has llegado a esa situación. En realidad, ni siquiera recuerdas muy bien cómo has llegado ahí, a ese apartamento en concreto, a esa cama –bendito Google Maps que te descubre tu ubicación exacta con un solo click de tu dedo tembloroso–. Porque, como todo el mundo sabe, las brumas matinales empiezan a formarse de madrugada, a esas horas en las que nada bueno puede salir de la combinación de bebidas espirituosas y mujeres.

El tiempo anticiclónico está muy sobrevalorado ”
De hecho, estaban ahí cuando saliste de la discoteca con esa mujer que no se parece en nada a tu novia, pero no eras capaz de verlas porque te habías apretado unos cuantos chupitos de tequila y si algún efecto tiene el alcohol sobre el raciocinio es orillar todo lo que incomoda en los márgenes de la carretera, convirtiendo la tortuosa travesía de la existencia en una autopista recta y de cuatro carriles. Es lo que se llama efecto túnel. Pero al despertar sobrio y desorientado sientes su fría humedad y notas cómo cada vez se torna más espesa. Ya no es una bruma matinal, es una cerrada niebla que te oculta ese camino tan recto que pensabas que era tu vida, que te oculta tu mismo reflejo en el espejo. Y cuando por fin consigues llegar a casa, la tuya, dando gracias a tu smarphone de nuevo, ya no sabes ni quién eres. Pero, eso sí, percibes que se aproxima un temporal y que, "de algún modo", esa galerna te va a dejar a merced de las olas con tu otrora majestuosa nave tocada y hundida. Hay muchas cosas que puedes llegar a añorar con el tiempo. Una gran tempestad no es una de ellas.

MAREJADILLA, MAREJADA, FUERTE MAREJADA…
Hay gente que se marea en los barcos pero, por lo general, a todo el mundo le gusta navegar. Es relajante, divertido y, en cierto modo, una experiencia telúrica de unión con la inmensidad de la naturaleza. Sin embargo, no es lo mismo alquilarse un barco en Ibiza que, por ejemplo, dar la vuelta al mundo a vela en pareja.

Si eres de los que mastican despreocupados un filete mientras, al final del telediario, un señor muy serio expone el estado de la mar, perteneces a ese género bonvivant que disfruta explorando las pequeñas calas de una isla paradisíaca a bordo de un yate colmado de macizas pero jamás se embarcaría en un viaje alrededor del planeta. Por el momento, al menos. Está bien, no te preocupes, no es que no tengas espíritu aventurero. Sencillamente, aún no ha llegado tu hora. En realidad, nadie se siente nunca cien por cien preparado para lanzarse a una travesía de ese tipo, porque la vida en alta mar es dura y, aunque algunas semanas dé la impresión de que las huestes de Neptuno se estén echando la siesta, las olas de varios metros y los temporales están a la orden del día. Dentro y fuera de la embarcación. Nadie ha dicho que sea fácil, y habrá a quien tanto esfuerzo no le compense, pero el premio merece la pena: ¿has visto alguna vez la cara de aquellas parejas que consiguen llegar hasta el final?

LA TORMENTA PERFECTA
Hay muchos tipos de tormenta: eléctrica, de arena, de granizo, de lluvia, ciclogénesis explosiva… Pero sólo hay una tormenta perfecta:

Es 21 de junio y has convencido a esa amiga de la que llevas enamorado en silencio durante meses para matar el sopor de las largas horas del solsticio de verano acampando en ese lugar tan romántico en medio de la naturaleza que tan bien conoces, apartado de todo y de todos. Has puesto a enfriar el champagne en un pequeño arroyo de aguas tranquilas y la has subido a hombros hasta esa elevada loma desde la que el atardecer del día más largo del año adquiere caracteres épicos, el sol descomponiéndose en mil colores entre las nubes abigarradas. No, no va a llover… Miras a esas condenadas concentraciones de vapor con desconfianza. Hoy no, maldita sea, esta noche no. Pero nada más servir la primera copa de vino sobre el mantel ajedrezado que os protege del tacto herbáceo del suelo han caído las primeras gotas. Y, sin tiempo para reaccionar, un inmenso rayo seguido de un espeluznante trueno os ha puesto el vello de punta. Has contado los segundos entre uno y otro fenómeno y sabes que la tormenta está justo encima de vosotros.

En el peor lugar del mundo, rodeados de puntiagudos árboles, sin sitio alguno en el que guarecerse, piensas, y el Cabernet Sauvignon se te avinagra en el gaznate. Para mayor despropósito, la lluvia se precipita súbitamente sobre vuestras cabezas y antes de que puedas siquiera imprecar a los cielos estáis calados hasta los huesos. De repente recuerdas aquellas lecciones de física del colegio: un rayo no puede alcanzarte si estás dentro de un coche. Así que corréis hacia tu Range Rover entre gritos y risas y, una vez dentro, se hace el silencio. Pasa un ángel de puntillas con la levedad esforzada de una bailarina de ballet. "Habrá que quitarse esta ropa mojada, ¿no?", le insinúas. Y ella sonríe. Por la mañana, despertáis abrazados en vuestra dulce jaula de Faraday con las primeras luces del amanecer. Ella se despereza, contempla tu cuerpo desnudo abrazado al suyo… y vuelve a sonreír.

PS: Ahora que has llegado al final del artículo, puedo confesarte que todo esto lo cuenta mucho mejor Javier Krahe en 'La tormenta', adaptando a Georges Brassens.

Fuente: http://www.revistagq.com/articulos/bajas-presiones-una-teoria-meteorologica-del-amor/19320


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