Cuando se vivió una relación sana con la pareja y se pierde, ya sea por muerte, divorcio o abandono, se vive una gran inestabilidad emocional porque se enfrentan múltiples pérdidas.
Cuando perdemos a la pareja, perdemos al amigo(a), al amante, a la seguridad económica, al respaldo, rol social de " estar casado”, el ser importante para alguien, apoyo moral, ilusiones, sueños, el futuro, etc.
Contar con un compañero (a), da confianza y hace mas llevadera la vida porque se comparte lo bueno y lo malo, es decir, contar con una pareja es un motivo para vivir y por lo tanto perderla resulta devastador.
Al morir o perder a la pareja, nuestro entorno se vuelve confuso, con inseguridad, riesgos, nos invade la ansiedad y el miedo, haciéndonos sentir incompletos y vacíos.
Cuando la relación no fue sana, cuando fue patológica, cuando hubo sufrimientos, abuso o maltrato, entonces se experimenta cierta paz; sin embargo, el duelo no se resuelve fácilmente, porque algunas veces se tendrá cierta tendencia a idealizar a la persona muerta, excluyéndose los malos recuerdos y justificamos la conducta errónea del otro.
La pérdida de la pareja se vive de manera diferente, dependiendo del momento de la pérdida, es decir, si la convivencia fue por pocos años se vive una fantasía de la persona idealizada, cuando hay hijos se necesitará reorganizar y adoptar las responsabilidades del otro, haciendo que se perciba el futuro lleno de obstáculos.
Por otro lado, la viudez en la edad madura, se vive de manera diferente porque los amigos son comunes y los hijos ya no están en casa. En la vejez, perder a la pareja implica gran soledad hay amigos que se han ido muriendo, los problemas de salud generalmente se hacen mas presentes, la vida sin la pareja se vuelve inconcebible, invade la depresión, anhedonia, apatía y frecuentemente invade la idea de una muerte cercana.
El acompañamiento teratológico en éstas situaciones es indiscutiblemente importante para ofrecer la oportunidad de vivir un duelo a plenitud, acompañando respetuosamente a la persona, no juzgando y si compartiendo recuerdos, tristezas, nostalgia, emociones, etc., cuyo objetivo final será lograr la aceptación de la pérdida, sobre todo para lograr volver a ser capaces de establecer nuevos compromisos afectivos que vuelvan a motivar la vida o cuando menos para lograr vivir con paz, aceptando la nueva situación que nos ha deparado la vida.
Atte. Dra. Yalia Velasco Sánchez