Antes de nacer escribimos un guión para nosotros mismos. Elegimos el lugar y el momento de nuestro nacimiento, escogemos a nuestros padres, y todas aquellas experiencias, relaciones y circunstancias que necesitaremos vivir para crecer y evolucionar.
Además establecemos pactos con otras almas: qué tipo de relación tendremos, qué acontecimientos enfrentaremos juntos, y lo que se supone que aprenderemos de todo ello.
Es como si fuéramos el guionista, el director y el actor de nuestra propia vida. Y también somos el espectador…
Esta comprensión a mí me ha ayudado a recordar que no existen las víctimas. Que absolutamente todo lo que he vivido, por más difícil que haya sido, cumplía un propósito, escondía una lección, y que había sido mi propia alma quien lo había elegido.
Afortunadamente en el Universo también existe el libre albedrío. Uno puede cambiar ciertas elecciones, puede negarse a vivir determinadas experiencias, o decidir no cumplir el acuerdo que haya establecido con otra alma. Uno tiene la capacidad de elegir a cada momento… hasta cierto punto. Como todo lo que está anclado en la vida, encierra una paradoja.
La auténtica libertad consiste en elegir el modo con el que enfrentaremos las circunstancias de nuestra vida. Podemos atravesar una dificultad quejándonos, o decidiendo de antemano que extraeremos fortaleza y sabiduría de lo vivido.
Y es como en una escuela: si aprendemos las lecciones, éstas ya no son necesarias. Una vez que aprendemos lo que necesitábamos, las circunstancias cambian, las dificultades se disipan, la realidad se transforma.
A veces vivimos situaciones en las cuales la mano del “destino” es tangible. Sincronicidades, magia, milagros… Y en un lugar profundo dentro nuestro, en el alma, sentimos que todo sigue un plan secreto, y que es perfecto.
Sin embargo, muchas veces las personas que más dificultades nos traen son las que más nos ayudan en nuestro crecimiento. Ya sea porque nos reflejan, como un espejo, aquello que no aceptamos en nosotros mismos, o simplemente porque nos desafían, estas personas en realidad son aliados con los cuales hicimos un trato antes de nacer.
Ésta es la función de quienes parecen ser “enemigos”: ayudarnos a crecer y a que aprendamos a amarles más allá de las apariencias…
Fuente: Enriqueta Olivari (http://www.sanatualma.com)