¿Se puede adivinar el futuro en sueños?
Y si efectivamente fuese posible, ¿por qué? ¿Cuál es el método? ¿Acaso los sueños no son una parte de nosotros mismos? ¿No seríamos nosotros, en última instancia, quienes estaríamos adivinando nuestro futuro?
El método más antiguo que se conoce para adivinar el futuro en sueños se llama: She'elat Halom, que en hebreo significa: "pregunta en sueños".
Se trata de una práctica adivinatoria bastante extendida en la Edad Media, por la cual cualquier soñante puede alcanzar un estado de sueño profético que le permita adivinar el futuro, o al menos una porción del futuro relacionado con él mismo.
Este sistema para adivinar el futuro en sueños no era sencillo de practicar. De hecho, exigía una gran determinación de parte del soñante.
El teólogo y rabí Hai ben Sherira (939-1038 d.C.) explicó que para adivinar el futuro en sueños el sujeto debe someterse a varios ejercicios cuyo propósito es enfocar la voluntad. No se debe practicar este método para responder preguntas banales -advierte el rabí- sino para obtener una respuesta acerca de un problema concreto que el sujeto esté atravesando.
Antes de comenzar, aquellos que deseaban conocer el futuro en sueños debían reflexionar durante varias horas acerca del problema que iban a consultar. Algunos practicantes iban aún más lejos, y diagnosticaban ayunos, purificaciones y largas horas de meditación sobre los textos sagrados antes de entrar en el sueño profético.
El método hebreo medieval para conocer el futuro en sueños, al menos como lo comentan Abraham ibn Ezra, Hayyim Vital y León de Módena, consistía en la lectura iniciática del Éxodo 14:19-21, ya que cada verso de este texto contiene cifradas todas las consonantes que representan el verdadero nombre de Dios.
Ahora bien, dejando de lado el misticismo hebreo de la Edad Media, por cierto, bellísimo en su concepción; debemos admitir que estos métodos tenían un porcentaje de eficacia muy elevada. Tal vez no por las mismas razones que defendería el buen rabí de Gaón, sino porque esas mismas lecturas, esos actos de ascetismos y privaciones, indudablemente favorecían que el sujeto soñara acerca de aquello que deseaba soñar.
Si damos un paso todavía más audaz podríamos decir que todos los SUEÑOS son SUEÑOS PROFÉTICOS.
Los sueños pueden, y de hecho lo hacen a menudo, hablar sobre nuestro pasado; pero siempre relacionándolo con el presente y proyectándolo hacia el futuro.
Todo lo que en nuestros sueños nos parezca extraño y hasta contrario a nuestras ideas y pensamientos, surge de una matriz del ser que normalmente no reconocemos como nuestra. Y como todo Profeta, nuestros sueños hablan un lenguaje enigmático, exhuberante, metafórico, lleno de imágenes que oscilan entre lo maravilloso y lo escandaloso, con estructuras y reglas internas que les permiten complir una función primordial: expresar lo inexpresable.
Aquel método para adivinar el futuro en sueños estaba en lo cierto, al menos en una cosa. Ni la bibliomancia, ni el tablero Ouija (o su heredero: el Juego de la copa) se comparan con la increíble variedad de imágenes y sugerencias que podemos hallar en nuestros propios sueños.
En este sentido, el problema no radica en adivinar el futuro en sueños, sino en formular la pregunta adecuada durante la vigilia.
¿Por qué nos cuesta tanto entender nuestros sueños? Sencillamente porque TODOS LOS SUEÑOS nos dicen algo acerca de nosotros mismos que no conocemos, o que nos resistimos a conocer. Allí radica el estupor, y a veces el espanto, de algunas pesadillas particularmente horrorosas.
El rabí Hai ben Sherira sugería que el sujeto debe irse a la cama pensando fuertemente en una pregunta, una sola, y desplazarse hacia el sueño profético con el corazón tranquilo y la fe intacta. Este método de adivinación, en apariencia, sencillo; ofrece peligros insondables. Los sueños engañan, tergiversan, disimulan, enmascaran, pero nunca mienten.
Aquellos que no teman una respuesta contundente pueden hacer el intento, al menos de forma voluntaria. En última instancia, todas las noches nos convertimos en profetas, y todas las mañanas en lánguidos incrédulos.
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