Hay vidas que quedan detenidas, aferradas a la idea de cómo debían ser las cosas. De allí viene una desesperación que, si la sabemos escuchar, puede evitarnos sufrimientos. ¿Cómo aprender a despedirse de los anhelos?
Hay vidas que quedan detenidas, como un tren lleno de pasajeros que se demorara en una estación aguardando a alguien que no se decidiera a subirse (pero durante horas, días, meses, años...). Un tren que, mientras tanto... no puede llegar a destino!
En ese punto, si nos sucede, nuestra existencia se ha convertido en una sala de espera para lo que no es (y no sabemos si llegará a ser): nos hemos quedado aferrados a nuestra idea de cómo debían ser las cosas... y nos cuesta soltar esa idea, aún con costos altísimos! De allí viene una des-esperación que, si la sabemos escuchar, puede evitarnos el quedar entrampados en lo que plantea la canción del querido Serrat: “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, ni nada más amado que lo que perdí”.
Aprender a que el tren siga, y a despedirse de aquello que no va a subir (aunque nuestros planes tuvieran otra perspectiva) puede ser doloroso... pero altamente liberador. Lo es si lo trabajamos como un proceso: duelar lo que no fue (que puede ser tan arduo como duelar cualquier pérdida de lo que sí hubo en nuestra vida). Hay hijos que no pueden llegar a ser adultos por esperar la aprobación de padres que no han sabido amarlos... hombres y mujeres que no encuentran a quien les aguarda en la próxima estación por esperar que a su tren suba quien ha tomado otra ruta... identidades que hallaríamos si renunciáramos al futuro que imaginamos (pero que el futuro no trajo, lo cual muestra que... nuestro futuro no era ése, sino otro que aún aguarda ser descubierto)... Lo que no hemos tenido, sabido, podido, logrado...
No nos asustemos de la palabra “renunciar”. Renunciar puede ser un acto creativo, generador de lo nuevo. Re-enunciar: donde decíamos “sí”, enunciar un “no” aceptante y maduro... lo cual dará espacio a que pongamos el “sí” donde el “no” estaba cerrándonos puertas hacia caminos aún no transitados. Se trata de una libertad autoadjudicada que nos posibilita ser quienes no sabíamos que también éramos (y tal vez encontrar a quienes ignorábamos que también estaban!). Así termina Robert Frost su poema “El camino no elegido”:
“Debo estar diciendo esto con un suspiro
de aquí a la eternidad:
dos caminos se bifurcaban en un bosque
y yo,
yo tomé el menos transitado;
y eso hizo toda la diferencia.”
http://elsolonline.com/noticias/ver/1402/195092/reflexiones-como-hacer-el-duelo-por-los-anhelos-fallidos-