por James Dillet Freeman
¿Has estado alguna vez en un jardín en el atardecer? Las abejas regresan a casa de los campos de trébol. Las mariposas nocturnas succionan la dulzura de las flores. El viento no se oye entre las hojas. La paz se cierne sobre cada hoja y cada flor así como la paloma, símbolo de la paz, se cierne sobre el corazón.
¿Alguna vez has caminado solo en la noche cuando cae la nieve? La nieve te envuelve como una capa, manteniéndote lejos de las exigencias y del mundo de cosas y personas, de responsabilidades e intereses. La nieve cae silenciosamente como gracia del cielo. Limpia la fealdad y las cicatrices de cada día y une todo bajo una sencillez blanca. La nieve es la soledad del silencio.
Sin embargo, en lo más profundo del silencio de un jardín en el atardecer, en lo más profundo del silencio de la caída de la nieve, se encuentra el silencio de la presencia de Dios.
Aquí las preocupaciones diarias desaparecen. Cuando entras al lugar del silencio, dejas fuera las inquietudes del día. Piensas en lo que es bueno, verdadero y compasivo, y emerges finalmente con quietud de mente, cuerpo, renovado y restaurado.
Hay un lugar al cual puedes dirigirte para descansar y liberarte del temor y la preocupación. Ese lugar no se encuentra lejos ni es de difícil acceso. Se encuentra justo donde estás ahora. Se encuentra justo donde estás cada vez que cierras la puerta de los sentidos, aquietas tus pensamientos y estás solo con Dios.
En el lugar de silencio hay quietud y paz. No es la quietud de dormir. No es la paz del sueño. Es la quietud que el árbol conoce cuando el sol penetra sus hojas extendidas en el atardecer del verano. Es la paz que siente un pájaro cuando flota serenamente con el movimiento del aire sin mover sus alas. Es la quietud que sentimos en la presencia sustentadora de Dios, la paz de la vida de Dios que rodea todo.
¿Has recibido alguna vez a alguien que amas y que ha estado lejos por mucho tiempo? En medio de los empujones, el entusiasmo, el apuro, cuando la persona amada entraba por la puerta, por un momento desaparecieron el ruido y la confusión, extendiste tu mano, y había sólo amor, paz y gozo. De modo que cuando entras al lugar de silencio, no importa lo que te ocurra en el mundo externo, por un momento el ruido y la confusión desaparecen, y sólo sientes la paz y el gozo de la presencia de Aquel que amas, de Aquel que te ama.
Debajo de las olas yace el mar profundo, silencioso y tranquilo. Arriba de las nubes, los cielos se encuentran serenos. En el centro del volante hay un punto que no se mueve. Debajo del aspecto superficial de los eventos, por encima del nivel de pensamiento, hay un lugar de paz en el fondo de tu corazón.
El silencio es un lugar para pensar en el cual tu mente puede caminar sola y descansar. El silencio es una piscina profunda en la cual tu alma puede mirar fijamente dentro de la profundidad de sí misma. El silencio es un puente que te lleva a Dios.
¿No es la música más hermosa gracias a los intervalos? ¿No es la elocuencia más apasionada cuando hay pausas? ¡Lo más encantador de la canción más encantadora es la música inaudible que canta el corazón! ¡Lo más profundo de la efusión más apasionada son los sentimientos no dichos! El silencio es el lenguaje que supera el lenguaje, la conversación maravillosa sin palabras de tu alma con Dios.
Es en el silencio que Dios escribe en el vacío del espacio y acentúa oraciones con estrellas. Es en el silencio que nacen las grandes ideas. Es en el silencio donde la vida encuentra significado.
En el mismo centro del silencio se encuentra la presencia de Dios. ¿Qué es la presencia de Dios? No es un sonido, ni una apariencia, ni una idea. Es la fuerza que necesitas. Es el valor que no tenías antes. Es la inspiración que buscas. Es el amor que te dice que no estás solo. Es la confianza de que todo está bien, como la luz de una ventana sobre un camino solitario en la noche, como la mano de un amigo que se extiende en un momento de necesidad, como el aspecto de tu propio hogar después de un largo viaje.
Hay muchas clases de silencio. El silencio perezoso de los campos al mediodía. El silencio intranquilo de una ciudad dormida. El silencio de una aflicción demasiado honda para las lágrimas y de un gozo demasiado grande para la risa. Existe un silencio comprensivo entre los nuevos enamorados y los viejos amigos. El movimiento de los cielos, el desarrollo de los seres vivientes, es silencioso.
Pero más hondo es el silencio del lugar de paz en ti. Más hondo es el silencio donde comulgas con Dios. En ese silencio encuentras la fuerza para el cuerpo cansado, el amor para el espíritu solitario y la paz para el corazón atribulado. Allí tu ser entero se vuelve un lugar de oración, un templo santo colocado sobre una colina. Allí Dios se vuelve una presencia viviente. Allí te das cuenta de que eres un hijo de Dios. Caminas y conversas con Dios por la pradera de la mente, en el valle de la satisfacción, por los manantiales de la renovación, en el lugar del silencio.