Somos seres conscientes de nuestra propia existencia y de la de los otros, conscientes del paso del tiempo y del cambio constante implícito en la vida, conscientes de la muerte. La vida es desde su inicio un constante ejercicio de metamorfosis, abrir y cerrar, empezar y terminar, recibir y despedirse, ganar y perder.
La impermanencia, el carácter transitorio y fugaz de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos, provoca que todo esté sujeto al cambio, no existe nada permanente e imperecedero. Siempre estamos en el abismo ambivalente de tener y no tener, siempre podemos cuestionar la felicidad y el sufrimiento.
El sufrimiento
El sufrimiento no se origina en la naturaleza temporal de la vida, sino en nuestra dificultad para aceptarla. Buscamos sentir un yo permanente y un mundo estable (acumulamos cosas, nos negamos a envejecer, jugamos a sentir control y seguridad en un mundo cambiante donde todo es temporal…). Ser conscientes de nuestra temporalidad nos ha llevado a desarrollar todo tipo de mecanismos para intentar “cambiar” la naturaleza de las cosas, para intentar evitar el “no tener”. Pero la realidad se impone y por eso sufrimos.
Somos conscientes de la vida y la muerte, de la prosperidad y la carencia, del placer y del dolor, ambas partes están presentes en la vida y son inevitables. Sin embargo pretendemos que no sea así.
El sufrimiento puede superarse cuando se encuentra su causa, cuando aceptamos que esperamos una realidad distinta a la que hay, que estamos negando la realidad. Somos temporales, en continuo e inevitable cambio, nosotros y el mundo que nos rodea; el dolor y la carencia son tan propios de la vida como el placer y la prosperidad.
Reconozcamos la naturaleza de las cosas, la temporalidad y la impermanencia, aprendamos a “honrar y asentir a la realidad tal como se manifiesta sin dejar por ello de implicarnos para que se desarrolle en la dirección de lo que deseamos y necesitamos, siempre que sea legítimo y posible” ( Joan Garriga 2011).
El dolor
Es necesario hacer una puntualización importante, el dolor, como el placer, son propios de la vida y su naturaleza. El dolor es sano, se regula sólo, como cuando lloramos. El sufrimiento es distinto, en el sufrimiento hay una no aceptación de lo que sucede, un aferrarse y no permitir que la vida siga; sería como la congoja; el llanto ahogado, que no desahoga, que no acaba, el nudo en la garganta que no se llora y hace que nos duela la cabeza y los ojos, que nos ahoga y no nos deja respirar.
El camino para evitar el sufrimiento está en aprender a vivir el dolor, igual que aprendemos a vivir en el placer (Esto no quiere decir que el dolor deje de doler). Como cuando a un niño se le enseña a “saber ganar” y “saber perder”. Le enseñamos que “la vida es así”, que “a veces se gana y a veces se pierde”, le animamos a mejorar, a competir, a superarse, pero también a aceptar que no siempre va a ganar. Y aún así perder duele. Aceptar la impermanencia es parecido, hacemos lo que nos toca, aceptando que una parte está fuera de nuestro control.
Hemos desarrollado nuestra capacidad de estar en el placer, en la abundancia y en la prosperidad, con múltiples formas de celebrar la vida. Pero tenemos poca “cultura del dolor”, nos cuesta vivir el dolor sin magnificarlo o sin negarlo, sin ser héroes ni victimas. Entre ambos extremos esta el dolor, no es sufrimiento ni drama, pero tampoco es la negación ni desconexión. Es simplemente dolor.
Aprender a ganar
También a los adultos nos cuesta “saber ganar” y “saber perder” en la vida. Ese aprendizaje que nos hace celebrar y disfrutar el triunfo, pero aceptar que podemos perder, nos hace un poco mas humildes y prudentes, a la vez que le da más valor a haber ganado; que nos enseña a aceptar que hemos perdido y reconocer la victoria del otro (en este caso ese otro es la realidad que se impone), aceptando que “la vida es así”, y que por muy duro que sea perder también nos da un lugar y nos ayuda a aprender.
La abundancia tiene valor cuando se experimenta la carencia, la vida se re-descubre cuando experimentamos la enfermedad o la muerte, el placer y la comodidad tienen sentido cuando sentimos dolor e incomodidad. Pretender quedarnos sólo con una parte, ni es posible, ni tendría sentido.
Hagamos un ejercicio de humildad con nosotros mismos y recordemos esas lecciones que seguramente le hemos dado a nuestros hijos/as. Re-aprendamos a “ganar” en la vida, (a disfrutar el placer y la prosperidad, la abundancia y el control, la seguridad y la comodidad) sin que “se nos suba a la cabeza”, sin creer que es para siempre y que lo tenemos porque “somos los mejores”.
Aprendamos a “perder” en la vida, (a aceptar que hay cosas que nos superan) sin ser héroes ni victimas, sin negar el dolor y sin dramatizarlo. Re-aprendamos a sentir dolor, sin miedo, el dolor es natural y esta en nuestra naturaleza vivirlo, atravesarlo y superarlo. Sabemos hacerlo.
El dolor igual que el llanto, se apropia de nosotros, emerge y ocupa su lugar, pero también nos desahoga, nos alivia y se acaba. Sólo dejemos que suceda.
http://www.siquia.com/2013/11/como-puedes-estar-tristecomo-puedes-estar-feliz/#more-11610