18 DE AGOSTO DE 1977.
Louis Johnson regresa de un viaje a Forth Worth, por la ruta 75 entre Madisonville y Centerville en Texas. La carretera por la circula se halla solitaria y el cielo está estrellado. No corre ni un solo soplo de viento que consiga refrescar el denso calor tejano.
De repente, el auto de Johnson es capturado en una tormenta de viento. Un especie de mini tornado que elevó el vehículo en el aire volteándolo del revés, y dejándolo con las llantas hacia arriba y apuntando hacia la dirección de la cual venía.
Jonson, un veterano del Cuerpo de Marina en la Segunda Guerra Mundial, declaró poco después: “La sensación fue indescriptible. Fue como si una mano gigantesca e invisible me alzara del suelo. Como si mi auto fuera un juguete para ser examinado y después puesto al revés con cuidado”. Milagrosamente no había sufrido ninguna herida.
Cuando la policía se personó en el lugar del suceso se apresuró a informar sobre un “tornado”. Pero en realidad son muy pocos los tornados que pueden elevar dos toneladas de metal en el aire moviéndolo de un lado a otro como un juguete. Y aún menos los tornados que depositen el auto de vuelta en el suelo y al revés, con la delicadeza que Johnson describe.
¿Qué fue, entonces, lo que sucedió? Mucho me temo que seguiremos en la incógnita.