He aquí una historia sorprendente. La historia nos viene de George Langelaan.
“En 1934, un apicultor inglés de la pequeña ciudad de Myddle, en Shrosphire, murió a los 70 años. Sam Rogers hacía un poco de zapatero, ayudaba en ocasiones al cartero en sus recorridos y era conocido y querido por todos los de la región. Asistió mucha gente a su entierro en la pequeña iglesia de Myddle.
Cuando, después del oficio, el sepulturero y sus ayudantes llevaron el féretro hacia el pequeño cementerio, al lado de la iglesia, los amigos de Sam asistieron a una escena fabulosa. En columna cerrada, las abejas de Rogers llegaban para asistir al entierro. Invadieron el pequeño cementerio y, zumbantes, se instalaron todas alrededor de la tumba abierta.
Algunos asistentes, se inquietaron cuando las abejas empezaron a posarse sobre ellos. Un viejo labrador les dijo que procuraran únicamente no moverse. Se quedaron allí, zumbantes, durante toda la oración de difuntos, hasta que las primeras paladas de tierra fueron arrojadas sobre el féretro. Entonces, en un gran torbellino, se volvieron a poner en columna y partieron hacia sus colmenas.
Un caso parecido ocurrió en el mes de mayo de 1956, cuando un apicultor de Massachusetts murió en su granja de la pequeña localidad de Adams. Aquí también todas las abejas fueron a su entierro.
No olvidemos que en otros tiempos, en el campo, los grandes acontecimientos, nacimientos, bodas y defunciones en una familia eran solemnemente anunciados a las abejas por su dueño o heredero. En ciertas regiones, se hacia este anuncio a los árboles de la propiedad del difunto”.