Estarás de acuerdo en que muchas veces no somos capaces de comunicar lo que deseamos. Estarás de acuerdo en que muchas ocasiones al comunicar vertemos en el otro todas su faltas para justificarnos. Estarás de acuerdo que demasiadas veces no vemos lo mejor del otro bien porque desearíamos ser así o porque vemos, como en un espejo, aquello que no nos gusta de nosotros mismos. En lo que no sé si estaremos de acuerdo, tu y yo, es en que muchas veces respondemos así sin saber que nos hace comportarnos de esta manera, que necesidad cubrimos en nosotros, dando por hecho la premisa de que cualquier comportamiento está cubriendo una necesidad.
Reconocemos un comportamiento que tenemos pero no identificamos la causa que lo detona. ¿Qué nos ocurre? Lo que nos ocurre es que no sabemos identificar nuestras emociones. ¡Ahí lo he soltado! Por ejemplo, sabemos que estamos enfadados, pero no nos paramos a observar de dónde parte nuestra ira. Demasiadas veces ni la identificamos enfocándonos tan sólo en que el comportamiento del otro la ha hecho desencadenar. Pero las razones no nos enfocan al origen. La pregunta es ¿Qué me hace sentir ira? ¿Qué desata mi enfado?
Estamos tan poco acostumbrados a escucharnos, que no lo hacemos ni en los comportamientos que no son perjudiciales. Acción, reacción. Sin más.
Somos unos analfabetos emocionales en la mayoría de los casos. Nos cuesta distinguir entre nuestras emociones, nombrarlas, identificar que las desencadena para poder llegar a saber que deseamos hacer con ellas. Como dice Bucay “No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas”. Y el primer paso es ponerles nombre y conocer nuestras emociones es, a la vez, el primer paso para poder autorregularlas.
Ahora bien, la pregunta es ¿Dónde se aprende? Aquí está el quid de la cuestión. Vivimos en una sociedad que no las nombra, las valora y en muchas ocasiones las obvia. Lo importante ha sido durante mucho, demasiado tiempo la razón y el conocimiento (entendiendo conocimiento por reconocimiento educativo reglado), pero no el conocimiento personal y ahora nos encontramos como adultos sobradamente preparados pero analfabetos emocionales.
Aquí empieza la travesía del desierto. Las personas que han invertido en autoconocimiento, siendo tal vez niños sin resultados brillantes en la escuela ahora son adultos felices y en demasiadas ocasiones a la inversa, niños con excelentes calificaciones académicas ahora son adultos terriblemente infelices y sin recursos emocionales para salir del atolladero. Os imagináis como hubiera sido si en la escuela además de la tabla de multiplicar del 9 el día que lloramos por primera vez en lugar de decirnos “Venga no pasa nada” nos hubieran preguntado ¿Cómo te sientes? ¿Qué necesitas? ¿Puedo ayudarte? Y ahora de adultos frente a una pérdida de empleo, un desengaño amoroso, enfrentarnos a un duelo… en lugar de decirnos “no te preocupes, el tiempo lo cura todo” no dijeran ¿Cómo te sientes? ¿Qué necesitas? ¿Puedo ayudarte?
Tu, que estas leyendo ahora este post, no podrás volver al jardín de infancia o a la escuela primaria, pero si puedes iniciar tu educación emocional y nunca es tarde para ello. La frase de “pienso luego existo” la deberíamos cambiar por una que escuché no hace mucho “siento luego existo” y lo que todos podemos hacer es intentar por todos los medios que sea de obligada enseñanza para nuestros niños y así conseguir que sean adultos felices y plenos.
Y ahora como siempre, acabaré con unas preguntas;
¿Cómo te estas sintiendo en este momento de tu vida?
¿Qué necesitas?
¿Qué emoción/es desencadena/n comportamientos automáticos en ti?
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